El próximo 6 de mayo se celebra el centenario del nacimiento de Orson Welles, uno de los grandes cineastas de la historia del cine. Por este motivo, iniciamos a partir de hoy nuestro particular homenaje con una serie de entregas mensuales en las que iremos repasando su filmografía como director, pero con la mirada del siglo XXI. Así, cada mes hablaremos de una de sus películas, empezando con esta doble entrega con Too Much Johnson y Ciudadano Kane.
Quizá la palabra Rosebud que pronuncian esos labios que cubren prácticamente todo el encuadre, aunque dejen ver un bigote blanco, sea el enigma más célebre de la historia del cine. Un enigma que aquí no se desvelará pensando sobre todo en los espectadores más jóvenes, pero que es el detonante de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), un film que sigue encabezando esas listas que hacen cada cierto tiempo sobre las mejores películas de todos los tiempos. Incluso hay quienes la califican como ese punto de inflexión que divide la historia del cine en dos partes, lo que se hizo antes y lo que se hizo después. Sea como fuere y entusiasmos aparte, lo cierto es que el film de Orson Welles sigue manteniendo intacta su vigencia cuando han pasado más de setenta años de su estreno, tanto en sus innovaciones narrativas y visuales que han seguido influenciando en el cine posterior, como algunas cuestiones temáticas que plantea tan de actualidad como las referidas al poder y la manipulación.
Innovaciones que comienzan por su propia arquitectura narrativa que funciona a la manera de un puzzle. Rosebud es la última palabra que menciona Kane antes de morir. A raíz de ello las imágenes de un noticiario que se hace eco del fallecimiento del magnate y en el que, en aproximadamente ocho minutos, se resaltan algunos de sus aspectos biográficos más relevantes, con los que el espectador tiene una primera información general sobre el protagonista. Pero al terminar dicho noticiario, que visionan unos periodistas en una pequeña sala de proyección, se propone la idea de averiguar el misterioso significado de Rosebud pues se piensa que puede ser una clave importante para entender la figura de Kane, por lo que a uno de aquellos se le encarga la investigación. Y para ello, éste irá entrevistando a quienes le conocieron. Y ahí reside una de las primeras innovaciones del guión escrito por el propio Welles y Herman J. Mankiewicz (hermano del cineasta Joseph L. Mankiewicz), que la historia es contada por varios narradores. Si bien la impersonal voz en off del noticiario traza una primera visión del magnate, su contrapunto estará en los diferentes personajes a quienes va entrevistando el reportero, pues cada uno de ellos posee su manera particular de relatar los hechos. Y es ahí donde Welles aplica su experiencia radiofónica. Como también cada relato, a modo de flashbacks, se va complementando con los otros, y en los que se van desmenuzando los detalles de la vida de Kane que ya se habían apuntado en el noticiario del inicio.
Una narración, así misma, potenciada por un deslumbrante tratamiento visual inédito en muchos aspectos para la época en que se rodó. Porque apenas se reconoce la fisonomía de los periodistas e incluso el que se encarga de la investigación aparece en la mayoría de las ocasiones de espaldas y de quien apenas se tendrán más datos, salvo que usa gafas. Pues Welles, a todos estos personajes los sitúa en la penumbra, iluminando a veces sus torsos o sus manos y en otras algunas zonas del escenario, convirtiéndose todos ellos en siluetas irreconocibles al tiempo que con esos juegos de luces y sombras, también presentes a lo largo del metraje no sólo enfatizan el misterio Kane, sino que van marcando las diversas intensidades del relato además de crear una mayor profundidad de campo dentro del encuadre. Aspecto este último que viene potenciado por la escenografía diseñada por el director artístico Van Nest Polglase, y el propio punto de vista de la cámara, a veces para captar los rostros y en ocasiones situada a ras de suelo para a través de un contrapicado magnificar, por ejemplo, la efigie poderosa de un Kane en sus comienzos, cuando va adquiriendo un poder cada vez mayor, en encuadres donde se ven los techos. Al mismo tiempo que Welles, con la complicidad de Gregg Toland, uno de los grandes directores de fotografía, experimenta con la propia estética de la imagen, sea con la composición, con el claroscuro, con las texturas o con los reflejos, como aquel plano que muestra un trozo de la bola de cristal ya rota en el suelo, esa que contiene una casa nevada y que se le ha caído de las manos a Kane al morir, trozo en el que se refleja la silueta de la enfermera cuando ésta entra en su habitación. Imágenes que en ocasiones se pueden emparentar con la imaginería experimental de algunas de las películas rodadas por los artistas de las Vanguardias Históricas, pero imágenes que también han inspirado a tantos cineastas posteriores y algunos tan alejados de las pautas comerciales como el inclasificable Guy Maddin por citar un nombre sobre la marcha.
Pero además, y aquí está el Welles director y actor teatral, el trabajo con los propios intérpretes, muchos de ellos pertenecientes a su compañía del Mercury Theatre que fundó en 1937 como Joseph Cotten, Everett Sloane, Agnes Moorehead o Paul Stewart a quienes hace mover, al igual que él mismo se mueve en su papel de Kane, como si sobre el escenario estuvieran. Es decir, la cámara a modo de testigo mudo que, en ocasiones permanece fija y en otras se desplaza, o que gira para seguir a un personaje, porque son estos los que en realidad se mueven, quienes entran y salen del encuadre, quienes se acercan o alejan del objetivo.
Y todo ello envuelto por la partitura de Bernard Herrman quien ya había trabajado con Welles durante su etapa en la radio. De hecho, Ciudadano Kane supuso su primera banda sonora como compositor y con la que rompió los esquemas tradicionales al reducir la grandilocuencia habitual de la gran orquesta por pequeños grupos de músicos con los que iba grabando las diferentes partes. Es decir, cada parte musical es interpretada por una determinada sección, a modo de grupos de cámara, para imprimir una mayor riqueza sonora al relato, jugando al mismo tiempo con los silencios pero también con los ruidos ambientales.
Si bien la figura de Charles Foster Kane esta basado en el magnate William Randolph Hearst, también se dice que el personaje tenía una parte de Welles, pues la madre del cineasta murió cuando éste tenía nueve años de edad y su padre cuando tenía quince. Como que después fue el doctor Maurice Bernstein quien se encargó de él, al igual que el Berstein que encarna Everett Sloane en el film. Quizá sean datos anecdóticos, como que también hay infinidad de pinceladas, de detalles y de cosas en Ciudadano Kane, que se descubren con cada nuevo visionado. Una razón más para volverla a revisar.