Si antes las viejas glorias de Hollywood acaban su carrera refugiándose en la televisión, ahora, y dependiendo de su carisma, se les suele diseñar vehículos a su imagen y semejanza, como le sucede últimamente a intérpretes de la categoría de Al Pacino. Vehículos que, a pesar de contener alguna buena idea, acaban transitando la mayoría de ellos por terrenos convencionales como, y por seguir con el actor neoyorquino, es el caso de la reciente Nunca es tarde (Danny Collins), aunque haya a veces alguna excepción, como La sombra del actor (The humbling, 2014), notable película dirigida por el veterano Barry Levinson, responsable, por cierto, de Rock the Kasbah.

Algo que en cierta manera parece comenzarle a suceder a Bill Murray tras verle en ese film, también hecho a su medida, que era St. Vincent (Theodore Melfi, 2014) y en el que interpretaba a un tipo impasible, huraño y fracasado, en cierta manera rasgos que posee el personaje al que encarna en Rock the Kasbah, un frustrado representante musical de segunda fila que lleva a cantantes con aptitudes más bien discretas, consiguiéndoles actuaciones en locales cutres y quien además arrastra conflictos familiares que aquí se apuntan en una secuencia al inicio del film, cuando ve a su hija preadolescente casi a escondidas, sin que la madre, su ex-mujer, se entere.

 

Sin embargo, y una vez más, las premisas iniciales que apunta el guión de Mitch Glazer, pronto acabarán deslizándose por los acostumbrados lugares comunes, aunque los escenarios sean los de Afganistán y la acción se desarrolle en medio del conflicto armado. Porque la película contiene un par de ideas atractivas que podrían haberse afinado aún mucho más, ya que se da la paradoja de que el protagonista acaba en aquellos lejanos territorios para, según le aconsejan en un momento dado, aprovechar la contienda y sacar beneficios de ella, llevándose de gira a una de sus cantantes que, al poco de llegar, le abandona asustada por la situación que asola el país, llevándose su dinero y su pasaporte. Allí, prácticamente abandonado a su suerte y tras unas cuantas peripecias en las que conocerá a personajes de la más diversa índole, como un mercenario americano -interpretado por un sexagenario Bruce Willis en un papel autoparódico-, acabará en un poblado en medio de la nada descubriendo a una joven de la tribu pastún con una voz prodigiosa que sueña, a escondidas de los suyos, con participar en un programa televisivo de gran éxito en aquellos lares, Afghan Star, que viene a ser como el American Idol norteamericano, es decir, una suerte de Operación Triunfo. O dicho con otras palabras, como un representante de artistas americano de medio pelo acaba llevando a una joven al que es uno de los altares del espectáculo en una nación aplastada por la miseria y la guerra.

De ahí esa sensación de que la historia de Rock the Kasbah podía haber dado mucho más de sí, porque, por su tono de comedia además de algunas buenas ideas que esboza, podría haberse convertido en una mordaz crítica sobre la intervención norteamericana y los choques de culturas, como muestra esa secuencia en la que el protagonista interpreta una versión de Smoke on the water de Deep Purple con un instrumento de cuerda tradicional ante un consejo de atónitos ancianos pastunes.

 

Sea como fuere, Barry Levinson dirige con solvencia un film entretenido, salpicado de una actractiva selección musical con algunos clásicos que van desde el Bitch de Meredith Brooks al Knockin' on heaven's door de Bob Dylan,  y para el lucimiento de Bill Murray que, al igual que Al Pacino, su carisma tan solo basta como excusa para ver la película.