Siguiendo los cánones tradicionales del "biopic" que magnifica a esos personajes cuya biografía responde a la consigna de “bigger than life”, el film de Peter Landesman se centra en la figura de Bennet Omalu, el médico forense que enfureció a la NFL, la liga de fútbol americano, que vio peligrar su negocio cuando aquel descubrió el trastorno mental que afectaba a muchos de sus ex-jugadores a causa de los golpes recibidos durante la práctica de dicho deporte, llevando a algunos de ellos a quitarse la vida.

No es algo nuevo, sino mas bien una arraigada costumbre del cine norteamericano, en concreto de las producciones de los grandes estudios, y salvo algunas excepciones, esa tendencia a llevar a la pantalla la biografía de aquellos personajes reales cuya existencia ha estado salpicada con esos tintes de grandeza que les han convertido en seres únicos. Personajes quienes, al mismo tiempo, desprenden ese afán por ser un buen ciudadano americano. Como también que muchos de estos biopics acaban confeccionándose a imagen y semejanza del intérprete que les pone rostro, que en el caso de La verdad duele es Will Smith en un papel que, dicho sea de paso, posee los atributos necesarios para agradar al gran público, sobre todo el estadounidense, y de paso para lograr una nominación al Oscar, lo que ésta vez no ha sucedido.

Condiciones que cumple a la perfección el segundo film de Peter Landesman como director, cuya trama gira en torno a la figura real del doctor Bennet Omalu, el médico forense de origen nigeriano que descubrió el CTE (encefalopatía traumática crónica), un síndrome cerebral degenerativo que afectaba a muchos ex-jugadores de fútbol americano, algunos de ellos auténticos ídolos en su momento, a causa de las lesiones ocasionadas por los numerosos golpes recibidos en la cabeza, lo que llevó a unos a fallecer de forma repentina y arrastró a otros al suicidio. Un descubrimiento que desató las iras de la Liga Nacional de Futbol, la NFL, la segunda “iglesia” en el país después de la de Dios, como se apunta en un momento dado de la película, y cuya cúpula directiva recurrió a todo tipo de artimañas legales para acallar al investigador. Porque una de las cuestiones que pone de manifiesto Landesman es como la corporación, en su afán por proteger los intereses de un negocio que mueve grandes cantidades de dinero, se desentiende de sus viejas glorias cuando éstas comienzan a dar muestras de padecer trastornos mentales.

 

Sin embargo, y a pesar de los alicientes que ofrece la historia, La verdad duele navega por los esquemas habituales en este tipo de producciones, con un guión tan correcto como convencional y previsible y una puesta en escena articulada a través de los recursos clásicos narrativos, desde las tomas aéreas de la ciudad de Pittsburgh, donde transcurre la trama, hasta la consiguiente sucesión de primeros planos que muestran las diversas fases del proceso de investigación.

Una concepción, tanto en imaginería como en montaje, que parece seguir en cierta manera las estrategias del lenguaje televisivo, porque Landesman parece limitarse a ilustrar, aunque con gran oficio y sin correr ningún tipo de riesgo, un relato que transita por los acostumbrados elementos dramáticos del género –ciudadano íntegro que, en su lucha por la verdad, se enfrenta a diversos obstáculos, una lucha con sus momentos de dudas, con un reducido apoyo, entre ellos su chica que luego se convertirá en su mujer, etc –, y en el que se esboza una serie de cuestiones de interés que acaban quedándose en la superficie. Desde ese carácter de denuncia contra un estamento nacional que antepone sus intereses económicos frente a la precariedad a la que quedan relegadas sus antiguas estrellas deportivas hasta ese planteamiento patriótico que reside en el propio Omalu y que va más allá de tener el documento legal que acredita la nacionalidad, que lo tiene, y que es su obsesión por ser y sentirse un verdadero ciudadano americano.

 

Una sensación extrapolable a los personajes que rodean a Omalu, de los que se echa en falta una mayor hondura emocional en sus respectivos conflictos internos, quedándose al final en retratos que cumplen con los clichés habituales, desde el superior (Albert Brooks) que ampara las investigaciones del protagonista aunque ello le pueda costar el cargo o el miembro de su equipo forense (Mike O'Malley) que recela sus modos y maneras de proceder, hasta su historia de amor con una joven huérfana (Gugu Mbatha-Raw) a quien acoge en su casa o el antiguo médico del equipo de fútbol (Alec Baldwin) que decide romper su silencio para apoyar su lucha.

Una galería de personajes que, si bien están interpretados por un solvente reparto, acaban un tanto eclipsados por la omnipresencia de Will Smith, de quien tampoco se pone en duda sus cualidades interpretativas, porque la película no disimula su carácter de vehículo hecho a medida para el lucimiento del actor, aunque posea la voluntad de ser un film de denuncia.