Más allá de la inevitable comparación entre un film y su remake hay ocasiones en que, tras el visionado del segundo, surge, a tenor de su resultado, el interrogante de cual ha sido la razón de ser del mismo, aunque una respuesta inicial pueda ser la de repetir el éxito que obtuvo en su día la película primigenia, como en realidad suele ser la mayoría de las veces. Una costumbre que la gran industria hollywoodense viene realizando desde hace mucho tiempo con títulos que en su día hicieron taquilla como, por citar un par de ejemplos a bote pronto, Tres solteros y un biberón (Trois hommes et un couffin, Coline Serrau, 1985) que tuvo su réplica dos años después con Tres hombres y un bebé (Three men and a baby, 1987) y que dirigió el vulcaniano Leonard Nimoy o Abre los ojos (1997) de Alejandro Amenábar y la versión que de la misma hizo en 2001 Cameron Crowe con el título de Vanilla Sky.

Como tampoco cabe la duda de que la intención de El secreto de una obsesión, el tercer largometraje dirigido por Billy Ray, guionista de títulos como Capitán Phillips (Paul Greengrass, 2013), es repetir el éxito de El secreto de tus ojos (2009) de Juan José Campanella cuyo nombre, además, figura en los créditos finales del remake como productor ejecutivo. Algo que, aunque no sorprenda demasiado, no deja, por otra parte, de llamar la atención, sobre todo a tenor de los resultados del film de Ray en relación con su modelo.

 

El Secreto de tus ojos, que además obtuvo el Oscar a la mejor película en lengua extranjera, era un magnífico film con una historia impregnada de romanticismo, de una contenida intensidad emocional enfatizada en parte a través de la propia mirada de sus protagonistas, Benjamín Espósito (Ricardo Darín) e Irene Menéndez-Hastings (Soledad Villamil), a quienes secundaban ademas un no menos sobresaliente plantel de personajes llenos de múltiples matices como el subordinado de aquel, Pablo Sandoval, a quien encarnaba un espléndido Guillermo Francella. Una trama a su vez salpicada por un cierto hálito de nostalgia, y no solo porque los flashbacks transcurriesen en el año 1974, sino por la propia textura de su imaginería que recuperaba en cierta manera las maneras del cine clásico pero pasadas por el tamiz de la visión contemporánea.

Además de estos atributos, el film de Campanella partía de un excelente guión salpicado con numerosos matices, tanto en la puesta en escena –esa secuencia en el despacho de la abogada, con ella de espaldas y la rosa roja puesta sobre su mesa que coincide con el corazón del protagonista cuando parece que éste va a hacerle una declaración de amor; o el largo plano secuencia que tiene lugar en el estadio, cuando Espósito y Sandoval localizan al presunto asesino–, como en los propios diálogos, corrosivos, chispeantes, con doble sentido.

 

Cualidades que parecen haberse difuminado en la versión americana que ha mantenido la misma estructura argumental pero con algunas variaciones, ya que la trama transcurre en Los Ángeles bajo una amenaza que planea en el aire de posibles atentados terroristas a raíz de los ataques del 11S. Como también ciertos cambios en los propios personajes, tanto en sus nombres como en los detalles referentes a su posición profesional. Porque la víctima es hija de Jessica Cobb (Julia Roberts), miembro del equipo del FBI del que forma parte el protagonista, Ray Kasten (Chiwetel Ejiofor), si bien el personaje que encarnaba Soledad Villamil aquí es la fiscal Claire Sloane a quien pone rostro Nicole Kidman.

El secreto de una obsesión es un film correcto y entretenido que sigue las estrategias habituales del género. Sin embargo, su mayor problema es su evidente inferioridad frente al film de Campanella, lo que en cierta manera lleva a preguntarse por esa extraña obsesión de la gran industria por llevar a cabo operaciones de esta naturaleza.