Durante cinco años, el escritor, psicólogo y humorista argentino Eduardo Goldman investigó y construyó la novela El último chiste de Jacobi, publicada hace una década en Buenos Aires. Un libro que nació de la frustración por no poder hacer humor político en los diarios y la idea de escribir acerca de la Alemania nazi, hasta convertirse en una historia removedora que vuelve a ser publicada por la editorial Huso.

“No quiero sonar cínico si digo que el ser humano se adapta a todo. Lo cotidiano atrapa a uno de tal manera que se termina pensando más en el grifo que pierde en el baño que en el asesinato de millones”. Una frase que, contundente, expresa Erich, uno de los protagonistas —junto a Paul y Eva— de El último chiste del Gran Jacobi (2018). Unas palabras que, para Eduardo Goldman, autor de esta novela, permanece —lamentablemente—, vigente. “En general la gente ve por la televisión o en un diario la tragedia, se amarga y a los diez minutos está pensando en los problemas cotidianos, en llamar al plomero”, afirma.

Pero… ¿Cómo no distraernos del drama ajeno —pregunta— si vivimos con la tendencia de echar a un lado lo realmente molesto, lo trágico, lo doloroso, para engañarnos con cosas pequeñas que nos distraen, incluso, de nuestros propios dramas? “Una condición totalmente humana —aclara—, pues las tragedias del mundo comienzan a resbalarnos cuando atravesamos por problemas que nos afectan a nosotros o a nuestras familias”.

Eduardo Goldman, horrorizado por la crueldad humana, quiso dibujar una historia que narra la vida de Paul Jacobi, un comediante judío berlinés que ganó popularidad con su actuación en el Cabaret Barbarroja, durante la República de Weimar. Un personaje que, aunque no existió, para el escritor argentino no hay ninguna razón para pensar que no fueran reales sus vivencias que giran alrededor del triángulo amoroso que se establece entre él, su novia Eva (una muchacha aria) y su amigo Erich (un capitán de la SS). La novela se desarrolla en un contexto de ascenso del nazismo, su internación en el campo de concentración de Auschwitz y sus años en Buenos Aires durante la dictadura militar, entre 1976 y 1983.

Todo un escenario en el que destaca cómo se utilizaban distintos mecanismos de propaganda para ocultar las atrocidades que ocurrían en Alemania, un país azotado por el Holocausto y la guerra, mientras que más adelante Argentina resultó machacada por un régimen totalitario. “Eso siempre ha pasado, las sociedades autoritarias buscaron ocultarle la realidad al pueblo. Los nazis, por ejemplo, evitaron hablar de todos sus planes, los noticieros no hablaban de los campos de concentración, los ocultaban muy bien porque en el fondo Goebbels y Hitler le tenían miedo a la opinión pública. Se cuidaban mucho porque sabían que tenían pies de barro”. Hoy, aunque estos hechos parecen lejanos, se siguen repitiendo diferentes formas de miedo y poder que azotan la sociedad.

¿Escribir es una manera de voltear la mirada hacia los horrores que lo perturban?

Sí, aunque sin grandes esperanzas. Es bueno escribir sobre el tema, llegar a la gente, mantener esa llamita de conciencia pero tampoco hay que ser demasiado optimista, porque sé que va a pasar lo mismo. La gente dirá: “¡Ay caramba!”, “¡Qué desastre!”, “¡Qué horror!” y luego: “¿Qué haré de cenar?”. Se quedará en su propio mundo porque la sociedad está diseñada para que nos encerremos. Obviamente hay gente que tiene esa conciencia y hace algo; pero generalmente es gente que experimenta ese dolor y la única forma de poder sobrellevarlo es luchando. La conciencia del dolor es lo que puede llevarnos a actuar.

A propósito de que menciona la palabra conciencia, he leído que su novela es una forma de acariciar el alma, pero también de despertar la conciencia.

Cuando escribo no soy partidario de tener en la mente: “Voy a despertar la conciencia”, porque uno no despierta nada y aparte lo que te sale es una cosa política, no algo real. Yo creo que uno realmente cuenta una historia, se mete con todos los personajes y se va dejando llevar, hasta que la historia se posesiona de uno. En ese dejarse llevar está todo lo que a uno lo sensibiliza y de golpe eso es lo que hace despertar la conciencia, pero no como un objetivo primordial. No, el objetivo es contar una historia sensible, tener personajes muy claros, realmente muy humanos. Básicamente el escritor tiene que desnudarse por completo, sin tener la menor traba, porque al fin y al cabo lo que pone son sus vivencias.

El último chiste del Gran Jacobi está dentro del género de novela histórica. ¿A qué relatos recurrió, de qué artificios se valió para construir una ficción en torno este contexto específico?

Es una novela histórica porque se basa en acontecimientos absolutamente reales. De hecho, los personajes que aparecen en varias escenas de la obra, como Heydrich o Hitler, son reales. Lo único que es ficción son los tres personajes principales que juegan ese famoso triángulo amoroso. Pero todo lo demás es absolutamente verídico, hasta los detalles de las cervezas que tomaban en 1930, los relatos de manifestaciones que se hicieron en alguna plaza son reales, en ese aspecto es una novela histórica.

Los hechos que narra son horrorosos, pero lo hace a través del humor...

En realidad, el humor no está en los hechos, está en Jacobi quien es comediante. Al principio, es una herramienta con la que critica el nazismo, totalmente satírica, pero a medida que él se va quedando solo y cae en un campo de concentración, su humor se hace amargo, y en un momento, hasta combativo. El humor está centrado en Jacobi, en cómo él ve todo lo que sucede sin que esos hechos se minimicen, más bien están agigantados en un contraste entre la realidad que lo va devorando. Ese humor muta completamente hasta que se convierte en el de un hombre resignado por tanto dolor.

Al enfrentarse a la hoja en blanco, ¿era consciente de querer lograr el equilibrio entre las risas que el personaje ofrece y el horror ante los hechos dramáticos?

Cuando empecé a escribir no tenía ni idea, las obras van creciendo a pesar del escritor. Algunos somos vagos, queremos hacer algo corto, pero si los personajes están armados no los manejas más, porque si uno hace lo que quiere con la historia está forzando todo. En esta novela el tema fundamental es el humor de Jacobi, que nunca puede ser contaminado por el mío, pues el que hace los chistes es él, aunque obviamente él es una parte de mí. Por eso no puedo poner nada que no salga de los personajes, que aparezca sin más, porque no sería real, quedaría falso. Jacobi es una persona con sus contradicciones y su mayor contradicción fue tener a la mujer que amaba y no involucrarse tanto que de golpe la pierde. Él se defiende mucho con el humor y como no puede expresarle ciertas cosas, ella se va con otro.

El humor, una herramienta para criticar, una forma de defenderse del horror...

Sí, eso lo hace Jacobi. Lo que pasa es que de golpe el Holocausto todavía no admite humor, a pesar de que acerca de este tema se han planteado situaciones de humor. Por ejemplo, ver a Jacobi contando lo que le está pasando con cierta gracia, eso es algo que fue real. Nos cuenta Viktor E. Frankl, en El hombre en busca de sentido, que en los campos de concentración había mucho humor porque era una defensa de los judíos para salvarse. Reírse de lo que te está angustiado existió en realidad.

No significa entonces evadir lo que está sucediendo. ¿Es válido entonces utilizarlo en nuestra sociedad para criticar?

Si el humor transmite dolor quiere decir que está mostrando la realidad. Si te distrae, no te transmite nada, es un humor vacío, porque el humor no evade, y además es lo último que atacan los dictadores porque no entienden que lo están criticando a ellos. Al darse cuenta, entonces empiezan a prohibir.

Actualmente, parece que nuestra sociedad se ofende mucho, lo vemos en las redes sociales...

También pasa que en las redes sociales se comparte un humor grosero. El humor tiene que transmitir cosas verdaderas y probadas, no se puede usar para mentir. Si lo usas para mentir es legítimo que esa persona se ofenda. Depende de qué cosas pongas; he visto cosas bárbaras, inteligentes, verdaderas, pero también se usa para insultar gratuitamente. A veces el humor que se produce es tan chabacano que deja de ser un arma revolucionaria para ser una neurosis más de la sociedad.

¿Qué peligros existen en utilizarlo en nuestra sociedad?

Para mí el peligro es ponerlo antes que nada. Por ejemplo, si el tema es reírse de alguien, sin importar si lo que uno dice es verdad o no, eso sería un peligro. La risa es un arma muy potente, si te burlas de alguien eso queda como una verdad. Por eso debe ser servido en pequeñas cantidades, aunque sea una frase muy aristocrática, como el caviar y no como la mermelada. Es una manera de decir algo, cuando lo dices debes hacerlo con honestidad y convicción. Muchas veces con tal de mostrarte inteligente, más bien te vuelves mordaz.

Pero también está el peligro de la censura… ¿Cómo reaccionar si los poderes políticos o religiosos se ven ofendidos?

Es una elección personal… Si te ponen límites, hay dos posibilidades: dejas de hacer humor o te vuelves más inteligente. Porque cuando aparece la censura, el gran desafío es vadear esa censura. Creo que es una oportunidad para atacarla de otra forma, es un desafío para la creatividad.

Como sociedad, a pesar de los horrores, ¿cabe reírnos de nosotros mismos?

Reírte de ti misma es lo mejor que puedes hacer, porque para reírte de ti tienes que darte cuenta de que hay algo injusto que estás cometiendo, que es algo que tienes que cambiar. Si te ríes de ti quiere decir que ese cambio se va a producir, porque te estás criticando. No te estás evadiendo, te estás enfrentando contigo. Uno puede crecer con la risa. No tiene que ser un humor con palabras sagaces, el humor inteligente es el que desnuda, que de golpe puedas ver las cosas como son.

A Paul Jacobi la tragedia lo persigue, aunque él parecía querer evadirla. En la construcción de este personaje, ¿él forjó su destino tomando sus decisiones o realmente estaba predestinado ser así?

Te contestaré con una frase de uno de los personajes de la novela: “Mi mamá creía en el destino, que todo está predeterminado. Mi papá decía que no, que no había destino, que todos nosotros forjamos el destino. El resultado soy yo que no sé en qué creer”.

Ahora… Usted nos relata El último chiste del Gran Jacobi, ¿cuál sería el último chiste de Eduardo Goldman?

Todavía no lo hice. Así que van a tener que esperar. ¿Quién sabe cuándo? Si es el último, lo verán desde otro lado.