Suele ocurrir por el camino inverso. No hay más que echar un vistazo a la cartelera española actual, con Toc, toc o La llamada trasplantándose a la gran pantalla tras años de éxito en el escenario teatral. Pero la película Smoking room, para muchos un cult film del cine español de la pasada década, que supuso el debut en el cine de Roger Gual y Julio Walowitz, hasta entonces publicistas, y les granjeó dos premios Goya, era perfecta, en sus elementos, para versionarse como obra de teatro, por el peso de sus diálogos, la fuerza del trabajo actoral en su factura y sus escasos escenarios. Ha sido el propio Gual quien ha subido, quince años después, aquella tragicomedia a las tablas del Teatro Kamikaze de Madrid, en el que ya es uno de los montajes más interesantes en lo que va de temporada. Aquel reparto de 12 actores de la película se reduce ahora a 6, con un elenco de grandes nombres que están, además, espléndidos uno a uno: Secun de la Rosa, Miki Esparbé, Pepe Ocio, Manolo Solo, Manuel Morón, que ya tuvo un papel en la película, y Edu Soto, especialmente soberbio en su interpretación.

A lo Glengarry Glenn Ross

La obra tiene mucho de David Mamet, sobre todo de Glengarry Glenn Ross, al escarbar, retratando situaciones cotidianas, en las pulsiones internas de nuestro sistema laboral, explorando el capital y su influencia sobre nuestra cultura e incluso sobre nuestra identidad individual. Y nos presenta, así, a personajes desesperanzados, antihéroes que se engañan a ellos mismos tanto como a los demás, y a menudo en caída libre a la decadencia moral. Es, con todo, muy fácil empatizar con su patetismo, porque son como son, hasta cierto punto, arrastrados por un sistema laboral despiadado e implacable que conocemos bien. Y es que la versión cinematográfica de Smoking room es de principios de siglo, pero, incluso aunque desde entonces la crisis económica nos haya cambiado tanto la vida, sus temas se mantienen vigentes: la difícil defensa de los derechos laborales, el instinto animal que acompaña a la ambición o hasta la supervivencia, la opresión de las corporaciones en el mundo contemporáneo.

Dramaturgia muy funcional

La trama, muy ágil, se va tejiendo a base de escenas en las que los actores, de dos en dos, van conectando entre sí con unos diálogos que son fina artesanía, de una conseguidísima naturalidad y una mordacidad abrasiva. Diálogos que combinan el desasosiego con el humor, y manifiestan la alienación y el hastío que a menudo reina en el entorno de una oficina. Visualmente la obra es fría, acorde con el ambiente que narra, y dramatúrgicamente se resuelve con soluciones muy funcionales y juegos de luz. La potencia de la pieza está, claramente, en los actores y diálogos. Ni siquiera en esta ficción es posible la utopía. Parece confirmar a Kafka y a Sísifo. Pero sí quiere estimular la catarsis: en lo cotidiano, ¿debe paralizarnos el miedo? https://www.youtube.com/watch?v=5zaZaWc844w