Y mire Usted que me gustan los chistes, especialmente los muy malos, que disfruto con las bromas y me encanta reírme, pero las cosas son como son.

Esta reflexión y parte del análisis me han surgido por casualidad. Le cuento: al inicio y presentación de la nueva temporada de radio de una emisora pública madrileña (evito hacer publicidad pero le diré que comienza por Onda y termina con el nombre de la capital de España) y en mi sección semanal matutina en este medio sobre ecología, muy en línea con esta columna, comenté las novedades para el nuevo período. Una de ellas era un reto, pedía a los oyentes “chistes verdes”, pero no de temas sexuales sino de temas ambientales, para potenciar más la participación. Amenacé, y ese era el reto, que si no enviaban chistes verdes yo contaría los míos al final de la sección y que además serían muy, pero que muy malos.

En previsión de ello comencé a buscar chistes sobre cambio climático, medioambiente, ecología... y no encontré nada de nada

Encontré viñetas y alguna ilustración. Las mejores de los grandes Forges o el Roto. Pero nada más. Una oyente más lista que yo, lo cual tampoco es que diga mucho, pensó que quizá sobre animales encontraría algo y si concretaba en los que se encuentran en vías de extinción tendría algo. ¡Bingo¡, encontró uno peor que los míos y no tuve más remedio que contarlo. Disculpe pero se lo cuento:

  • ¿Por qué están extinguiéndose los osos polares?
  • Porque están “articos” del frío.

No hace falta que me envíe su opinión, lo tengo claro.

Esta es la anécdota, pero me genera una reflexión que considero seria: la ausencia de humor no es casual.

Le pido que haga el ejercicio de buscar en Internet a través de su buscador. Podrá ver que lo que hay en su mayoría no debería ser considerado humor. Se trata de juegos de palabras con el medio ambiente y el entero, visiones futuristas y negativas de cómo era el planeta y existían los pájaros, la naturaleza... y así de continuo. No es humor, es un intento de decir: “Esto es lo que viene y yo ya lo avisé, las cosas son así”.

Como decía un monologuista sobre otro colectivo, se podría aplicar que el mejor lugar para trabajar para algunos ecologistas sería en un tanatorio y además de agoreros: “Si hubiese escuchado y no hubiese fumado no estaría aquí”, “esto es lo que tiene el beber y conducir”, “qué le hubiese costado cuidarse un poco”, etcétera.

Y esta es la sensación que tengo, los mensajes muchas veces son agoreros, negativos y señalando al culpable de turno, bien sea un político, un empresario o la sociedad. Los argumentos y los datos son correctos, la situación derivada del cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación, etc… es muy preocupante, pero la efectividad para contarlo de tal forma que cambie culturas sociales, pensamientos de algunos políticos o empresarios no está siendo muy efectiva, o lo suficientemente efectiva para ser correctos.

En cualquier ámbito en el que se tiene una pretensión activista, es decir de cambiar la visión de la sociedad y la acción para el bien común, se tiene que buscar la forma más efectiva de llegar al corazón de las personas, sensibilizar, provocar cambios y normalizar los avances en ese sentido. Son muchos cambios en materia de salud o derechos civiles que tenemos por delante, y los ambientales están en la misma categoría.

Otro factor importante es ampliar el público al que nos dirigimos. La tendencia es hablar para los convencidos que seguramente nos dirán que están de acuerdo y que se tiene razón, pero la efectividad es muy poca. Solo sirve para dotar de argumentos a los convencidos y esperar que los usen para convencer a los otros, como los mítines políticos. No es poco, pero no es suficiente.

Hay que ir a los públicos difíciles, es ahí donde se producen las acciones más exitosas. No podemos hacer campañas sobre vida saludable y deporte  en un club de atletas. El éxito estaría garantizado, pero no habríamos cambiado nada. Se trata de ir a colectivos sedentarios, personas mayores… ese es el trabajo a realizar.

Y no hay mejor sentido del humor que la ironía. Dicen, y lo comparto, que solo las personas sabias hacen chistes sobre ellos. Hagamos igual. El humor, una pizca de autoironía y un argumento incuestionable es difícil que no tenga éxito.

Desde hace algún tiempo, algunos hablamos de los “cuñados ambientales”, esas personas que lo saben todo, tiene argumentos “según sus fuentes” para no reciclar, para afirmar que “siempre hubo cambios climáticos”, “esto es un invento de cuatro listos” y más argumentos y que son las mismas personas que aparcan en las zonas de discapacitados, porque “solo es un momentito”. El resultado es que sobre ese perfil los ya convencidos siempre dicen que conocen a varios así, se refuerzan, y los “cuñados ambientales” se callan porque se avergüenzan.

El referente de todo comunicador es siempre la BBC. Recuerdo que en el canal 4 de esta cadena tenían una sección de humor donde hacían bromas, al estilo de José Mota, sobre medioambiente. Una muy buena era en la que un “súper ecologista” típico trataba de explicar la diferencia entre cambio climático y el tiempo de ese día y posteriores. Se equivocaba mucho y quedaba en evidencia. Era muy bueno, todos nos reímos mucho; pero la realidad es que además nos quedamos con la diferencia. No reconocíamos que habíamos aprendido la diferencia entre cambio climático y tiempo atmosférico, pero nos reímos.  Esa era la clave.

Reivindiquemos el humor y la ironía en los temas más serios. Por efectividad y porque vivimos tiempos en los que una sonrisa siempre se agradece.

P.D.: Envíenme “chistes verdes” por favor, y si encima son buenos, mejor.