Recientemente estaba paseando cuando escuché una conversación que creo podría dar pie a toda una reflexión. Sentados en la terraza se encontraba una pareja de una edad mediana con su hijo y estaban tomando algo. Normal.

El niño preguntó a sus padres, sosteniendo el envoltorio de un helado, si se reciclaba y donde tenía que depositarlo. En ese momento una sonrisa se plantó en mi cara. Me parecía un gran paso y una actitud muy positiva. Pero mi cara cambió por completo cuando su madre le respondió: "No me seas podemita, que si se recicla se deja de reciclar, tíralo y punto".

Todo un jarro de agua fría en mi visión, siempre optimista, sobre la visión de una sociedad que avanza hacia delante. Un niño con inquietudes ciudadanas, además de ecologistas, seguro que creadas en la escuela, y una madre que, además de ignorante, su capacidad educativa era nula. No quiero ni pensar que vota, pero supongo que no era del club de fans de Pablo Iglesias, en concreto, o de la izquierda en general.

Esta situación vivida debe permitirnos reflexionar sobre algo que cada vez se convierte en más habitual. Hay valores que se identifican con la izquierda y valores que se identifican con la derecha. Si uno es de derechas rechaza todos los valores que considera son de izquierdas y al revés. Al final, es una cuestión de pose y de etiquetas.

Los valores cívicos y ciudadanos deben ser buenos por sí mismos, no por quienes los representan, pusieron más énfasis o comenzaron a promoverlos. Le voy a poner un ejemplo muy cercano. Una de las personas que más influyeron en mi adolescencia en temas ambientales fue, sin duda, Félix Rodríguez de la Fuente, quien junto a Cousteau y otros nos influyó y creó vocaciones en toda una generación.

¿Se podría afirmar con seguridad que eran de izquierdas o de derechas? No lo creo. Supieron llegar a todo tipo de personas, edades e ideologías. Usaban los medios de comunicación de forma innovadora, nos acercaban imágenes increíbles de la naturaleza, introducían reflexiones sobre el papel del ser humano en la naturaleza y, sobre todo, transmitían pasión y convicción. Esa era la clave, y esa debe ser la clave ahora también. Aprendamos de ellos y pongamos la pasión que ellos tenían.

Si nos lanzamos las banderas de los valores unos a otros con el objetivo de ganar al otro, lo único que podremos lograr en el mejor de los casos es aniquilar al adversario, pero no lograr el cambio cultural y social necesario. Se trata de convencer, no de vencer, como muy bien dijo Unamuno.

El objetivo de la educación ambiental e incluso del activismo ambiental no debe ser humillar a esa madre que recriminaba a su hijo porque se estaba haciendo "podemita" (ya se humilla ella sola, no necesita ayuda), sino lograr que ella entienda que cuidar el planeta, reciclar, ser eficientes, usar energías limpias, luchar contra el cambio climático  y todo lo que asociamos con la sostenibilidad y la ecología, es bueno para todos, especialmente para su hijo y no es una cuestión de "rojos y fachas", sino de seres humanos.

Si elevamos la mira veremos que las grandes organizaciones internacionales de todo tipo: empresas, países, instituciones y grupos sociales, apuestan por trabajar por el planeta y la sostenibilidad. Quizá difieran en la forma de lograrlo, es normal; pero no difieren sobre la importancia del problema.

Bien es cierto que determinados personajes del nuevo populismo de derechas (Trump, Bolsonaro...) no solo no lo apoyan, sino que toman decisiones contrarias, como deforestar la Amazonia porque es suya (?) o destruir Alaska por lo mismo. Incluso para apoyar sus acciones son negacionistas del cambio climático. Pero no creo que creen escuela intelectual. El mundo necesita más Angelas Merkel que desde posiciones conservadoras han incorporado a su agenda política y su escala de valores las cuestiones ambientales y climáticas. Quizá influya que es científica y mujer. No debe ser casualidad.