El ser humano desde el inicio de la historia se ha considerado la especie superior, el centro del Universo o la cúspide de todos los seres. A esta visión se le llama antropocentrismo en el mundo de la ciencia o “mirarse el ombligo” en lenguaje cotidiano.

Esta visión lleva pareja actitudes de superioridad. Nadie tiene que enseñarnos nada, las demás especies están a nuestro servicio y, por supuesto, todos los recursos son utilizables o se pierden. En el cristianismo, y otras religiones, se considera que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Más que eso, imposible. Si lo sabré yo que mi nombre, Miguel, en hebreo significa ¿quien cómo Dios?

Desde esa actitud de superioridad cualquier conocimiento e innovación debe provenir de los seres humanos. Bien a través de la ciencia o bien a través de creencias de cualquier tipo, interpretamos todo con nuestras gafas: si no lo entiendo no existe, si lo domino o creo dominarlo es mío... Tendemos no solo a “dominar la naturaleza” sino a “superarla”.

Pero la realidad es más sencilla y simple que todo esto. Hay quien dice que la humildad es el inicio de la sabiduría.

La naturaleza, solo en nuestro planeta, tiene la friolera de 3.800 millones de años de aprendizaje. Sus fracasos han quedado fosilizados y todo lo que nos rodea es el éxito de la supervivencia. El ser humano, sin embargo, acaba de llegar.

En magnitudes que nos permitan entender mejor la diferencia, si la vida del planeta transcurriese en un año, el ser humano apareció en los últimos quince minutos del treinta y uno de diciembre. Y toda la historia conocida en los últimos sesenta segundos. La buena noticia es que la naturaleza lleva innovando, aprendiendo y mejorando desde marzo. Al menos, algo más de experiencia que nosotros tiene.

Hace unos días en Twitter, la agencia EFE publicó (por cierto, con un gran papel en información ambiental desde hace años) una noticia muy interesante:  “Un dispositivo convierte la luz solar, el agua y el CO2 en combustible limpio”. Un avance de física aplicada y que abre muchas puertas. Enseguida Gabriel Dorado, gran profesional forestal, maestro de muchos y mejor persona (¿se nota que es amigo y le valoro mucho?) contestó: “Sí, la humanidad lo conoce desde la antigüedad y se llama árbol.” Tenía razón, aunque este “dispositivo puede capturar o secuestrar CO2 de manera masiva, convirtiendo este producto en ácido fórmico y, por ende, en hidrógeno; se puede colocar en salida de chimeneas y exhostos”. Contestó una mujer. Para que luego digan que en las redes sociales solo se habla de “Belenes Esteban” o similares.

Estoy convencido que la clave del futuro más efectiva será imitar o emular a la naturaleza. Se le llama biomímesis y debería influir en nuestra forma de pensar, actuar, relacionarnos con el planeta y el resto de especies e, incluso, evolucionar. La biomímesis estudia lo que funciona en la naturaleza, sobre todo lo que dura en la misma, y trata de aplicarlo a nuestras necesidades.

Comenzamos al inicio de la humanidad viviendo de la naturaleza, luego conviviendo y usando su inteligencia. Crecimos en número y en ego y nos aprovechamos de la naturaleza. La tendencia más vanguardista ahora es la de respetar el medioambiente y el planeta, incluso corregir aquellos “problemillas” que estamos ocasionado al mismo. Pero el futuro pasa, sin lugar a dudas, por emular la naturaleza.

Aprender y aplicar como los termiteros mantienen una temperatura constante de 30ºC sin electricidad o cómo un bosque genera residuos y los utiliza para su bien.

Algunos de los grandes avances ya las hacemos así. El primer avión se diseñó mirando y copiando a las aves, el primer submarino a los peces y así muchas cosas más.

Porque aunque no lo veamos, seguimos como comenzamos: necesitando el sol. Nos proporciona energía (bien para todos los seres vivos, bien para ser usada en forma eléctrica e incluso para quemar los combustibles fósiles que antaño existieron por la acción del sol, alimentos, climas favorables y, en definitiva, vida).

Seamos humildes, miremos y aprendamos, copiemos y emulemos a la naturaleza. Seguro que será muy positivo.

La mejor influencia, la de la naturaleza. Sin duda.