Nunca antes un moco había dado tanto de que hablar en España. La sonada de Dani Mateo con la bandera rojigualda, ha convertido nuestro país en una tertulia interminable sobre los límites del humor. Una de las preguntas que ha surgido con más frecuencia en el debate, es si los símbolos deben ser respetados o no. Y, para que luego digan que a los españoles nos cuesta ponernos de acuerdo en algo, la inmensa mayoría hemos coincidido en la respuesta: los míos sí, los de los demás no. Ahí tienen ustedes resumido donde está el límite del humor patrio.

Por supuesto que, como buen país latino, las excepciones a la norma son casi tan numerosas como la propia norma. Los primeros en desmarcarse de esta regla general han sido los compañeros del humorista catalán, es decir, los otros humoristas. Bueno aunque no todos, también en esto hay singularidades de la singularidad. El no desmarque más comentado ha sido el de Josema Yuste (el alto y delgado, por aquellos tiempos, de Martes y trece), que en el programa de radio, por llamarlo de alguna manera, de Federico Jiménez Losantos dijo que: "El gag de la bandera es una soberana gilipollez, no tiene ninguna gracia, no tiene ningún talento y está ofendiendo a millones de personas. Entre ellas, a mí". 

Como muy bien se encargaron de recordarle las redes, Josema ha escrito y protagonizado sketches en los que se reía de mujeres maltratadas, de homosexuales (en aquellos tiempos ellos los llamaban maricones) y de cualquiera que se saliera de lo que él consideraba "normal", pero sobre todo se ha reído de nuestra memoria, porque viendo sus programas ahora, cuántos de nosotros no nos habremos preguntado: ¿Pero de qué leches me reía yo? Si dice el exhumorista que el gag de Dani Mateo ofende a millones de personas y el del maltrato a mujeres o el de la condición sexual no, cabe pensar que para Josema Yuste, mujeres y homosexuales personas, lo que se dice personas, no son.

Desde que el muy democrático y aún más honesto Partido Popular aprobara la Ley Mordaza, el humor en España se ha convertido en un asunto muy serio. Y cuanto menos nos reímos, cada vez somos más el hazmerreír de Europa. De seguir así, pronto llegará el día en el que nuestros humoristas competirán por quitar el puesto de camarero a nuestros investigadores en los restaurantes de las principales capitales europeas.