Entre el hastío y la estupefacción, asistimos a la enésima campaña electoral de nuestras vidas. Las de Andalucía que, gracias a medios y redes, vivimos en propia piel mucho más allá de Despeñaperros. Querámoslo o no.

La verdad es que las campañas parecen más de lo mismo. Mítines a los que solo van los mega convencidos del partido en cuestión y que solo sirven para arañar unos minutos de informativos, y debates en los que cada cual habla de su libro sin importarle lo más mínimo si el otro, aunque sea por equivocación, tiene una idea buena.

Pero hay algo que no es como siempre. Y me preocupa y entristece a un tiempo, aunque, sobre todo, me enfurece. Ha cambiado el foco del debate en el tema de la violencia de género. Ya no se habla tanto de cuánto se va a invertir, ni de cómo mejorar la protección de las víctimas sino, simple y llanamente, de sí existe o no.

Si de verdad existiera el Ministerio del tiempo y enviáramos a alguien a aquel mes de diciembre de 2004 en que las Cortes aprobaban por unanimidad la ley integral contra la violencia de género, a más de uno y de una les daría un jamacuco. Y con razón. Que después de casi veinte años vayamos marcha atrás es para abrirse las venas. Y, por supuesto, para hacérselo mirar. Pero es lo que hay.

Hoy sería inconcebible tal unanimidad. Tendríamos los votos en contra de quienes niegan la violencia de género, por descontado. Pero ¿qué harían hoy quienes en su día votaron a favor, además de quienes la propiciaron? ¿Le negarían el pan y la sal, solo por venir de la bancada contrario? ¿Se traduciría el flirteo político para no enfadar a posibles socios de gobierno en un “no” o una abstención? Que cada cual imagine la respuesta, aunque yo sé cuál sería la mía.

Palabras como “consenso” o “unanimidad” son cosa del pasado. Hoy, ni siquiera los miembros de un mismo gobierno votan en el mismo sentido en un juego de pesos y contrapesos que unos tildan del no va más de la democracia y otros del no va más del desastre.

La violencia de género ha pasado de considerarse una cuestión de estado indiscutible a ser algo cuya existencia se discute. Algo muy grave, porque la convierte en un tema incómodo del que más de una vez se evita hablar. Y ya se sabe: lo que no se nombra, no existe.

Mientras, en el mundo real, miles de mujeres son maltratadas y algunas de ellas asesinadas. Cuatro en apenas una semana, sin ir más lejos. Suma y sigue