Las armas las carga el diablo. Eso han dicho siempre, y es verdad. Pero lo realmente malo es que la cosa no queda ahí. Las armas las carga el diablo y las disparan los hombres. Y lo hacen en sitios como escuelas primarias. Como pasó en estos días, sin ir más lejos, en una escuela estadounidense para horror del mundo entero.

No es, por desgracia, la primera vez que ocurre. Ni es tampoco la primera vez que oímos la cantinela de que hay que retomar el debate sobre la venta libre de armas en ese país. Pero nadie acaba de poner el cascabel al gato. Hay demasiada oposición y demasiados intereses de por medio. Y Don Dinero, que todo lo lía.

Siempre que suceden estas cosas me pregunto cómo se sentiría alguno de esos acérrimos defensores de las armas si alguna de las criaturas asesinadas en una matanza de esta índole fuera su hijo, su hija o su nieta. ¿Seguirían defendiendo ese uso indiscriminado de las armas y considerarían su pérdida como un daño colateral? No lo creo. Las cosas se ven de otra manera cuando atacan lo que más se quiere, aunque entonces sea tarde.

Me planteaba el otro día por qué no advierten en los lugares donde se vendan las armas de fuego de los efectos que producen. Si las cajetillas de cigarrillos nos muestran horribles imágenes de pulmones destrozados y otras consecuencias del tabaco, las armas podrían mostrar fotografías de los cadáveres de niños asesinados con armas de asalto, por ejemplo. Resulta increíble que una sociedad como la americana, tan restrictiva para unas cosas, sea tan permisiva para otras.

Me es imposible ponerme en la piel de esas madres y padres de las víctimas de esta barbarie, pero creo que hay algo que haría seguro. Pediría responsabilidad al Estado. Volviendo a la comparación anterior, ya se ha reclamado ante los tribunales por haber permitido el consumo de tabaco aun cuando el primer perjudicado es el consumidor. Así que con más razón se debería reclamar a un estado que permite que salvajes como el que la semana pasada asesinó a diecinueve escolares puedan comprar un arma como quien compra golosinas.

Pero hay algo que casi me preocupa más que el hecho de que haya quien venda armas. Que haya quien las compre. Que un joven que apenas ha rozado la mayoría de edad sienta la necesidad de descerrajar su odio sobre niños y niñas indefensos, y que encima no sea un caso aislado. Eso sí me pone los pelos como escarpias.

¿Hay algo que justifique esto? La respuesta resulta obvia.

 

SUSANA GISBERT

Fiscal y escritora (TWITTER @gisb_sus)