Por fin ha llegado el momento. El fin de semana me llegaba el SMS que me “nominaba” para ser vacunada esta semana. Llevaba pendiente del teléfono desde que anunciaron en los informativos que era el turno de mi tramo de edad así que no era más que cuestión de esperar, y llegó.

En mi ingenuidad, pensaba que todo el mundo estaba tan ansioso como yo, pero resulta que no, que lo del antivacunismo no es patrimonio de algún famoso excéntrico y pasado de vueltas, sino que hay más. No muchos, por fortuna, pero sí muchos más de los que debieran.

Leía en un artículo el número de personas que no habían acudido a su cita con la jeringa y me hacía cruces. Aun teniendo en cuenta que una parte serían quienes que no habrían podido el día señalado y pedirían nueva cita, todavía eran muchos. Y me resulta increíble.

¿Qué más necesitamos para salir corriendo en busca de la dosis de vacuna que nos abra nuevamente las puertas del mundo? ¿Es que no han visto las escenas de sufrimiento, no han sabido el número de personas muertas, no conocen de largas hospitalizaciones y de secuelas y de todo el horror que ha supuesto esta pandemia? ¿Es que no quieren que acabe?

El otro día, en el chat que comparto con mis compañeras del colegio, ante las dudas que manifestaba una de ellas, la contestación de otra, médica de profesión, fue contundente. Decía que, a pesar de que a ella sí que le causó reacción y lo pasó mal con la vacuna, lo repetiría una y mil veces con tal de no arriesgarse a padecer lo que había visto padecer a la gente y a sus familias, o de no tener las secuelas que seguía viendo cada día. Su mensaje, rico en descripción de enfermedad o muerte, despejaba todas las dudas, si es que a alguien le quedaban.

Me horroriza pensar que, en esta parte del planeta, donde tenemos el privilegio de acceder a la vacunación, nos planteemos rechazarla por culpa de fantasmas y supersticiones cuando en otros lugares del mundo anhelan que les llegue.

Pero, además de horrorizarme, me enfada. No hay derecho a que no presten solo un trozo de su antebrazo cuando tanta gente ha dado su vida. Y no hay derecho porque no arriesgan solo su salud, sino la de toda la gente a la que pueden contagiar la enfermedad. Solo espero que lo que no contagien nunca sea su ignorancia