La manifestación del Orgullo llena las calles de valores democráticos y constitucionales. Vemos estos días que cientos de ciudades y de pueblos de toda España se suman a la reivindicación universal por una sociedad igualitaria. Los principios que atraviesan la lucha por los derechos LGTBI están recogidos en los principales textos normativos de las democracias que han construido Occidente y que garantizan el bienestar de millones de personas, como la libertad, la igualdad y la dignidad. Desde la Declaración Universal de Derechos Humanos hasta la Constitución Española y las normas que la desarrollan. Es tan importante esta lucha por nuestros derechos que los partidos políticos democráticos, sin excepción, quieren garantizarse un sitio en la manifestación del Orgullo. Es más, hasta el Partido Popular acudió el año pasado, intentando demostrar al menos desde los estético que la derecha más rancia ha cambiado y que la causa LGTBI les importa. Aunque sea para hacerse la foto. El movimiento LGTBI nunca había tenido tanto respaldo político. 

La sociedad española quiere ser respetuosa con las personas LGTBI. Lo ha demostrado en la última década aceptando la diversidad como un valor y solidarizándose contra la discriminación que sufrimos por nuestra orientación sexual y nuestra identidad y expresión de género. Hemos dado un salto cualitativo y cuantitativo, en relación con nuestros derechos, y aunque todavía queda mucho por hacer y conseguir, hemos conquistado el derecho a ser respetados. "Hemos", como decía Jose Luis Rodríguez Zapatero, "vencido a la Historia". Una historia, la nuestra, que se ha construido combatiendo la opresión, violencia y odio, en cárceles y paredones, en la exclusión, en el miedo y en la discriminación. Una historia triste, de vidas truncadas, de futuros inciertos y de temor. De burlas, insultos y palizas. De asesinatos. De ocultación, sí, para protegernos. Pero también de invisibilización y de armarios, en un mundo que no entendía ni entiende nuestra diversidad. Por eso, este año 2019, el Orgullo está dedicado a las personas mayores, las que están y también las que se nos han quedado por el camino. 

Y aunque parezca imposible, sufrimos una grave amenaza de retroceso. La extrema derecha ha encontrado acomodo en las instituciones. Con sus mensajes de odio y sus discursos discriminatorios, nos quieren invisibles y ocultos. Han iniciado una ofensiva para limitar nuestros derechos. Quieren escondernos -en la Casa de Campo- o califican nuestras reivindicaciones de "hedor insoportable". Dicen que el Orgullo, la mayor muestra de respeto y de valores democráticos, es un ejemplo de incivismo. 

Albert, tan liberal, tan con la causa LGTBI, no ha entendido todavía -quizás no quiera entender nunca- que sentarse en una mesa con quien nos agrede tan gravemente le invalida para apoyar nuestra lucha

La diversidad les resulta molesta. En Valencia quieren hacer una lista negra con las personas dedicadas a erradicar el odio, el acoso y la discriminación de las aulas. Una lista que nos recuerda lo peor de la historia, de esa misma que logramos vencer, para catalogarnos y criminalizarnos. Son manifestaciones cargadas de odio, que atentan contra nuestra dignidad y que suponen un menoscabo de nuestros derechos. Nos hipersexualizan -asegurando que practicamos sexo en la calle- los mismos que desde su heterosexualidad tóxica han llenado y llenan las carreteras de prostíbulos abarrotados de mujeres secuestradas para su satisfacción. En la búsqueda del estereotipo, demuestran su enorme estrechez intelectual, pero también que están fuera del sistema democrático que, por encima de la simpleza insultante de sus argumentos, consagra derechos irrenunciables. 

Pero el problema no es la extrema derecha, es la derecha que va de "moderada" y que les legitima en su discurso, al sentarse en la mesa de negociación. Me preocupa que, ante semejantes ofensas y agresiones, el partido de Albert Rivera no se haya planteado romper cualquier relación presente y futura con el partido ultra. Albert, tan liberal, tan con la causa LGTBI, no ha entendido todavía -quizás no quiera entender nunca- que sentarse en una mesa con quien nos agrede tan gravemente le invalida para apoyar nuestra lucha, visibilizarse en la manifestación del Orgullo y declararse "cómplice" de nuestra causa. No se puede estar en misa y repicando, es decir, defender una cosa y la contraria al mismo tiempo. Pretender y buscar el apoyo de la extrema derecha es una afrenta a nuestra historia, a nuestra lucha y a la memoria de quienes han perdido la vida para que ahora disfrutemos de ciertos derechos y consideración. Más cuando nuestra lucha no ha acabado, cuando se producen cientos de agresiones diarias -que en parte sus discursos desde las instituciones animan- o cuando en los McDonalds nos "hacen heterosexuales a hostias" ante la mirada impávida e inane de la seguridad de la propia cadena de restaurantes. 
 
No sé si las manifestaciones del Orgullo, las banderas arcoiris, las pancartas con lemas por los derechos y las buenas personas que se manifiestan en las calles para celebrar el Orgullo de ser lo que somos generan olores. Imagino que el mismo que el de la gente que lucha por la libertad y la dignidad. Será el olor de la democracia, de los valores y de los principios de nuestra Constitución. Estoy seguro, y es algo que corroboran los titulares que aparecen en los medios, que el hedor insoportable e incívico viene de su discurso de odio, de su mentalidad corrompida y de su indignidad absoluta. Tener sentados en las instituciones y querer pactar con aquellos que nos señalan y nos criminalizan, nos quieren en los armarios y en listas negras sí que apesta

Ese y no otro es un hedor insoportable que hace inhabitable la política