Ya sabemos, como nos enseñan, explícita o implícitamente, desde los primeros años, cuando no tenemos capacidades de defensa intelectual ni emocional, que fue una mujer la que mordió la manzana y cometió el pecado original hace veinte siglos, y que por eso somos culpables todas las mujeres de todos los males que ocurren en la humanidad. Fue por el pecado original que el dios cristiano se enfureció y decidió que el ser humano tendría que llevar una vida de penuria para purgar ese castigo, y tendría que trabajar para ganarse el pan con el sudor de su frente, y tendría que sufrir enfermedades y que morir, para purificar su alma sucia por la decisión que tomó Eva de desobedecer, por el mordisco a una manzana, las órdenes divinas. Terrible carga soportamos las mujeres sobre nuestra espalda. Terrible culpa que ostentamos por el hecho de ser mujer, según el ideario cristiano.

El tema es que más de veinte siglos después del nacimiento de ese mito del cristianismo las mujeres seguimos siendo perseguidas y acosadas en base a esa misoginia y a ese machismo burdo y primario con el que, consciente o inconscientemente, de manera expresa o sutil y velada, se nos sigue educando desde la primera infancia. Y ello será así mientras se siga adoctrinando y “lavando el cerebro” de los niños con la religión en la escuela. Y el tema es que en el siglo XXI, de manera correlacionada con el auge de los fundamentalismos ideológicos y religiosos promovido por las políticas neoliberales, estamos asistiendo a un resurgir del machismo y del odio a lo femenino con una intensidad absolutamente carente de sentido en el mundo actual; una intensidad equiparable a la misma intensidad del odio contra la mujer que propaga la religión, que es el origen básico y fundamental de toda forma de misoginia y de las formas, expresas o solapadas, de machismo en la estructura social o en la conciencia colectiva.

La mujer sumisa y/o florero es un absurdo que a muchos les beneficia, pero que a las mujeres nos envuelve de una gran indignidad

'Morder la manzana' es el título de un ensayo reciente de la joven escritora Leticia Dolera, título que proviene de ese “pecado original” con el que tanto nos han manipulado, a hombres y mujeres, y que pretende empoderar a las mujeres en una sociedad sumida en un absurdo neomachismo que ya no tiene sentido ni lugar.  Nos incita a eso, a “morder la manzana”, porque a estas alturas sabemos que saber, que buscar conocimiento, que no someterse, que vivir fuera de los esquemas preconcebidos no sólo no es pecado, sino es una obligación de todas las mujeres si queremos una sociedad justa, evolucionada y fraternal. La mujer sumisa y/o florero es un absurdo que a muchos les beneficia, pero que a las mujeres nos envuelve de una gran indignidad.

Sabemos que determinadas esferas, esas esferas de arriba España, de fútbol, puro y toros, de misa de domingo y fiestas de guardar, esas esferas político-sociales y, sobre todo, religiosas, siguen cosificando a la mujer y propugnando idearios e ideologías que defienden su sometimiento. Se trata de una ecuación matemática y una progresión directamente proporcional al empleo, o no, de las neuronas. Allá donde no se piense, no se cuestione la realidad y se funcione en base a tópicos y a automatismos primarios, el machismo triunfará.  Calle Mayor (1956) de Juan Antonio Bardem retrata a la perfección ese machismo cruel, burdo, mezquino y zote que a día de hoy no se ha superado en la España actual.

Hace unos días, en una entrevista en el diario El faro de Vigo, el torero Miguel Jesús, El Cid, se retrataba, y retrataba a la mafia taurina, cuando dijo literalmente que “los toros nerviosos son como las mujeres, la que se deja se deja y la que no comete un error”. Un alarde machista soez que es testimonio de la ideología sexista y de la cosificación de la mujer que inundan aún, en nuestra sociedad, a muchas mentes. Nada extraño en alguien que se gana la vida asesinando a rumiantes acorralados. Y ello seguirá siendo así mientras en la escuela se siga enseñando religión y adoctrinando en la misoginia que propugna su ideario; y ello seguirá siendo así mientras no se enseñen en la escuela inteligencia emocional, solidaridad, valores fraternales e igualitarios y Derechos Humanos.

Estamos obligados y obligadas, hombres y mujeres por igual, a superar estas bajezas. Pongo el énfasis en los hombres, por descontado, hombres que nos apoyan a las mujeres, que son nuestros cómplices y amigos, y que saben muy bien que defender los derechos femeninos no es sólo cosa de mujeres, y que no es atacarles a ellos. Es atacar una ideología fascista, intolerante, excluyente, tosca, violenta y sexista que nos perjudica a todos y a todas por igual en todos los sentidos. Porque no se trata de que los hombres tengan poder sobre las mujeres ni de que las mujeres lo tengan sobre los hombres; se trata de superar y trascender esos viejos, zafios y viles esquemas del patriarcado que llevan muchos siglos subordinando a la mujer y siendo, en realidad, el mayor obstáculo para la felicidad humana.