El mapa geopolítico en el que estamos no augura muchas Noches Buenas, ni noches de Paz.  Así, a vuela pluma, me vienen a la cabeza la guerra en Ucrania, la guerra civil en Siria, la inestabilidad política en Irak, la militancia islamista en Pakistán, la inestabilidad política en el Líbano, la inestabilidad en Egipto, el conflicto entre Turquía y grupos kurdos armados, la violencia criminal en México, el conflicto israelí-palestino, que empieza a extenderse por todas sus fronteras, el Boko Haram en Nigeria, el conflicto entre India y Pakistán y la inestabilidad en Venezuela.

Eso entre los manifiestos porque, entre los latentes, tenemos la dictadura apenas maquillada de democracia de Daniel Ortega en Nicaragua, la guerra civil en Afganistán, abandonada por occidente y donde los talibanes tienen ya prácticamente el control del país; las tensiones entre China, Filipinas y Vietnam por territorios en disputa en el mar de China, o la crisis con Corea del Norte, por no nombrar el resto de los lugares del mundo donde la peligrosidad social o las dictaduras encubiertas son la cotidianeidad de las personas que allí viven.

Nada parece muy alentador y, frente a los escaparates luminosos de occidente, con un conflicto bélico a las puertas de Europa sin resolver, la guerra ucraniana tras la invasión de la Rusia de Putin,  un reseteo de nuestra civilización por la vía de un conflicto bélico global con consecuencias inescrutables parece más posible que nunca. No tengo yo ganas de aguarles los villancicos ni los polvorones a nadie pero, entre la anestesia luminosa de estos días, el despertar puede ser peor que el de una operación a vida o muerte. De todos, el más simbólico de estos días es el que está sucediendo en Tierra Santa.

Parece mentira que llamemos así a un pedazo de tierra que lleva siglos, desde los inicios de su historia, empapada en sangre so pretextos religiosos por parte de las tres culturas monoteístas. Puede ser porque, en el fondo, comparten mucho más de lo que quisieran asumir, el patriarcado, el poder unívoco, el ojo por ojo, y a este paso, acabaremos todos ciegos y desdentados, como las calaveras de los osarios del Gólgota, que significa exactamente eso, “monte calavera”. Hace unos días, con motivo de la navidad, nos llegaban unas imágenes de una iglesia de Belén, arrasada por un bombardeo, donde se había improvisado el pesebre del Niño Jesús con los escombros de esos bombardeos. Resultaba conmovedor pensar que, en estos días, como los de entonces, el nacimiento de un niño pueda venir precedido de la degollación de otros muchos inocentes, y en la más absoluta miseria. No tengo una postura cómoda con respecto a este conflicto, y prefiero reservarme algunas de mis opiniones porque no son cómodas.

Todos sabemos lo que es Benjamin Netanyahu, y que de no ser por el atentado del 7 de octubre de Hamás contra el sur de Israel que costó más de 1400 muertos israelíes y cerca de 250 personas secuestradas, es posible que ya no estuviera en el poder. También que todos los grupos terroristas de oriente medio, algunos financiados desde las lujosas ciudades de Emiratos Árabes, están más interesados en que el palestino sea un pueblo masacrado y martirizado, que de que progrese en paz, porque les viene mejor a sus propios intereses el martirologio público de todos ellos.

Yo he estado en Israel y Palestina. Se me invitó hace unos años a un encuentro de escritores en el Maghar. Este era un encuentro peculiar, en esta ciudad fronteriza entre ambos estados, de población mayoritaria drusa, y coordinado tanto por israelíes, muchos de ellos sefarditas, como palestinos y drusos. Sé que unos y otros trabajaban juntos, convivían, se enamoraban, y trataban de construir un espacio común. También que la intransigencia de los ultraortodoxos judíos y los integristas islámicos hacían comunes sus fobias contra la diversidad y las libertades. También, en honor a la verdad, que mientras yo podía besarme con un chico, o una muchacha llevar un escote o una minifalda en Tel Aviv o Jerusalén, por eso mismo seríamos inmediatamente detenidos y ajusticiados en Palestina. Digamos toda la verdad. 

Pero no deja de ser agónicamente doloroso ver cómo es masacrada la población civil, por mucho que los terroristas los usen como escudos humanos. No se puede adoptar las maneras de los terroristas porque entonces acabamos convertidos en ellos. Por mucho que un asesino no tenga límites, estando siempre en ventaja, los que no lo son y defienden la civilización no pueden asumir el lenguaje y los métodos de los criminales.

Hay que empezar a frenar, después del derecho a la legítima defensa y el dolor por los asesinados injustamente por reunirse a oír música y celebrar la vida. Soy un agnóstico metódico pero, en esa postura, si existe una divinidad superior, sólo demuestra su indolencia o su hartazgo por nosotros. Lo que sí tengo muy claro es la infinita crueldad de nuestra especie que, cada día, se empeña en demostrar que estamos más cerca de esos monos que actúan al dictado de las pulsiones de sus instintos más violentos. ¿Tierra Santa? ¿Paz en la Tierra? Mientras no evoluciones de verdad ambas expresiones seguirán siendo una contradicción en sus términos. Un imposible.