Alguno de ustedes pensará, en todo su derecho, que el columnista se agarra como una lapa a ciertos temas que ya ha revisado en este espacio simplemente por vagancia o falta de ideas. Es una opinión, como la que cada miércoles expresa el que esto firma. Pero la verdad, si me permiten esta licencia personal de explicarme, es que a pesar de todo lo que sucede a nuestro alrededor, en lo cotidiano, hay sucesos fuera de nuestras fronteras que no deberíamos perder de vista porque quizás estemos ante una catástrofe mayor de la que cuentan las crónicas que nos llegan desde esos lares.

Siria es uno de los temas recurrentes a los que me refería, porque la crueldad de la guerra civil que vive este país es de tal vileza que varias páginas en la prensa diaria no darían para contar la historia en toda su dimensión. Y preocupa todavía más el hecho de que avisos como el que en esta misma columna comentábamos hace unas semanas, recordando el arsenal de armas químicas que el dictador sirio Bashar al Asad tiene en su poder, vayan tomando peligrosa forma hasta el punto de que Estados Unidos haya tenido que avisar al sátrapa. Que no se te pase por la cabeza sacar a pasear los juguetes, Bashar, que eso ya son palabras mayores. El otro material bélico, el que le han vendido potencias occidentales - y orientales - durante las últimas décadas, sirve ahora para bombardear mercados en los que la población se abastece de lo poco que queda para llevarse a la boca. Es curioso como las imágenes del horror, ya sea Bosnia, Irak o Siria, siempre se repiten en estas plazas de abastos. No puede ser casualidad que en diferentes países y guerras siempre algún imbécil equivoque el tiro. No es casualidad. Son los civiles la moneda de cambio en ese mercado de la sangre que siempre es una guerra. Así se marca el límite de lo tolerable para los dos bandos, y el que antes abra los ojos y entre en los límites de lo razonable… pierde.

La pasividad occidental – y oriental -  en la guerra de Siria está abocando sin remedio a que tenga que ocurrir un hecho tan grave y de proporciones tan inimaginables que los capos del poder mundial no tengan más remedio que intervenir, más por vergüenza que por ganas. Probablemente será como en la antigua Yugoslavia: tarde y de manera tibia. Cuando se pusieron las pilas para lo único que se necesitaba a los soldados extranjeros en Bosnia era para buscar fosas comunes y contar cadáveres. Antes ya habían salido los cascos azules con el rabo entre las piernas de Srebrenica. El resto es historia, negra. El dictador sirio está nervioso. Esto dura demasiado y la tentación para terminar por la vía rápida se convierte en una opción atractiva. Por eso han avisado los Estados Unidos. Saben que la cuenta atrás para una acción que termine en genocidio, si no ha ocurrido ya, ha comenzado.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin