La última semana de Alberto Núñez Feijóo ha sido la demostración perfecta de su liderazgo sin rumbo, sin estrategia y sin credibilidad. En apenas unos días ha encadenado un ridículo parlamentario, una investidura entregada por completo a Vox en la Comunidad Valenciana, un voto decisivo rechazando incrementar la financiación de los servicios públicos y una gira catalana en la que terminó suplicando el apoyo de Junts, pese a haber construido durante meses un discurso incendiario contra Puigdemont. Y, como cierre habitual, convocó para el domingo otra manifestación para intentar ocultar el desastre que terminó siendo un “pinchazo” en toda regla.

Estos días han mostrado a un Feijóo como un líder sin alternativa, atrapado en su dependencia de Vox, en sus contradicciones internas, en su obsesión por derribar al presidente Pedro Sánchez a cualquier precio y en una demostración rotunda de que no le preocupan los más mínimo los problemas de los ciudadanos. Una prueba definitiva de que el PP carece de proyecto, de rumbo y de principios.

El miércoles, en el Congreso, Feijóo volvió a naufragar en la sesión de control. Y ya son demasiadas veces. Cuando llegó su turno, llevaba preparado —o eso creía él— un remate de impacto. Sus asesores le habían diseñado una frase final para asestar un “golpe letal” a Sánchez. Pero se equivocó. Se trabó. Se enredó con el texto. Y terminó pronunciando un incomprensible “Anotop” justo en el momento en el que pretendía lanzar su gran titular.

Las piernas le temblaron. El gesto se le borró. Y las redes tardaron segundos en convertir el error en parodia nacional. Fue un fracaso técnico, político y personal. Porque la sesión de control no admite improvisaciones: el reloj corre, y en cuanto llega al límite de tiempo se corta el sonido y a partir de ahí lo que digas ya no queda registrado en el Diario de Sesiones. Por eso es tan importante preparar bien esos dos minutos y medio. Feijóo no lo hace. No aprende. No controla el formato. Y Pedro Sánchez lo resumió con precisión quirúrgica: “Entre sus virtudes no está la de ser un buen parlamentario”.

Apenas 24 horas después del tropiezo, el foco se desplazó a la Comunidad Valenciana, donde Pérez Llorca era investido president en plena tormenta política por la desaparición de Mazón durante la DANA, tras conocerse nuevos datos sobre su comida en El Ventorro.

Llorca en el debate se entregó por completo a Vox con tal de llegar al poder. Su discurso fue una sucesión de concesiones absolutas a la ultraderecha: migración, cambio climático —paradójicamente en una de las regiones que está siendo más golpeadas por él— o desigualdad económica. Punto por punto, asumió la agenda de Vox hasta hacerla indistinguible de la del PP. La investidura confirmó lo que ya era evidente: el PP gobierna en Valencia porque Vox se lo permite. Y Feijóo, que mantuvo a Mazón al frente durante un año, ha acabado permitiendo que su partido se arrodille ante Abascal para conservar poder territorial.

Mientras ocurría esto, el PP votaba en el Congreso en contra del techo de gasto y la senda de estabilidad. No fue un voto técnico: fue profundamente político. Con esa decisión, Feijóo dijo “no” a más recursos para sanidad, educación, vivienda pública o dependencia. Rechazó, entre otras cifras, 1.088 millones para Madrid, 731 para Andalucía, 509 para la Comunidad Valenciana, 280 para Galicia o 256 para Castilla y León. Esto es lo que al PP le importa la ciudadanía. Nada.

El mensaje es inequívoco: Feijóo prefiere bloquear al Gobierno, aunque eso suponga perjudicar a millones de ciudadanos. Prefiere debilitar el Estado del bienestar antes que permitir que España avance. Es una oposición que confunde el bloqueo con la irresponsabilidad.

Y entonces llegó el capítulo catalán. Feijóo viajó a Barcelona, a la sede de Foment del Treball, la gran patronal catalana, para pedir ayuda. Concretamente, pidió “presión” a los grandes empresarios para que convenzan a Junts de apoyar una moción de censura contra Pedro Sánchez. Lo dijo sin sonrojarse: no le faltan “ganas” de presentarla, sino “votos”.

La escena fue, probablemente, la más esperpéntica de la semana: el líder del PP rogando a los empresarios que hablen con Puigdemont. El mismo Puigdemont al que el PP ha llamado golpista, delincuente, traidor y enemigo de España. El mismo Junts cuya ilegalización pidió Feijóo. El mismo dirigente contra el que organizó manifestaciones, arengas y discursos inflamados. Y ahora Feijóo lo corteja. Le ruega. Le ofrece pactar y concederle “todo lo que pida” a cambio de sumar votos para tumbar al Gobierno.

Lo hace, además, después de prometer que jamás pactaría con un prófugo. Que nunca aceptaría que un presidente dependiera de Puigdemont. ¿Qué queda de aquel Feijóo que tachaba a Junts de amenaza para la democracia? ¿Del dirigente que insistía en que jamás se sentaría con ellos?

Nada. Solo queda una ambición sin principios. Un líder que dice hoy lo contrario de lo que dijo ayer. Un PP capaz de asumir la agenda de Vox en Valencia mientras suplica el apoyo de Junts en Cataluña. Un partido sin coherencia, sin brújula y sin límites.

Feijóo ha perdido el norte. Y también el sur, el este y el oeste. Lo suyo no es un proyecto político: es una huida hacia adelante. Su única estrategia es convertir a Sánchez en culpable de todo. Si surge un problema interno, mira hacia otro lado. Si la realidad lo arrincona, convoca otra manifestación. Otra vez sobre corrupción y cada vez con menos gente. Vuelven a la calle pero cada vez en plazas más pequeñas. Es la prueba de su desesperación.

Y si realmente querían protestar contra la corrupción, eligieron el lugar equivocado. La sede de Génova 13 habría sido el sitio más acertado. El PP es el único partido condenado por corrupción en España y todavía debe aclarar lo ocurrido en varios casos abiertos: desde las responsabilidades relacionadas con Montoro hasta las investigaciones en Almería, además de decenas de procedimientos que siguen afectando al partido.

Este es el mismo Feijóo que cobra tres sueldos mientras vota contra subir las pensiones conforme al IPC, contra el Salario Mínimo, contra el Ingreso Mínimo Vital, contra la gratuidad del transporte, contra el impuesto a la banca y a las energéticas y contra ayudas para los afectados por la DANA. El Feijóo que antepone su ambición personal a los intereses de su país.

Hoy, el líder del PP ha quedado reducido a organizar manifestaciones. Ese es su único plan hasta 2027: agitar la crispación, alimentar el descontento y repetir mentiras hasta que parezcan verdades. Todo porque los números no le dan, porque la mayoría social no lo acompaña y porque sus contradicciones quedan al descubierto semana tras semana.

España merece una oposición seria. Una derecha democrática que construya, que proponga, que contribuya. Feijóo no está ahí. Feijóo ha elegido la irrelevancia. Y lo peor es que ni siquiera parece darse cuenta.

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