No necesitamos volver a ver por televisión cómo se entiende la tradición en Tordesillas. No es necesario que se envíen más cámaras, ni fotógrafos, ni reporteros. Con lo que tenemos nos basta. Son innecesarios los intentos por poner los objetivos en negro, porque el rojo traspasa la mecánica para llegar hasta nuestras mentes con sólo nombrar la fiesta, torneo según su propia denominación, del Toro de la Vega. ¿Qué ser vivo merece semejante muerte? Soy incapaz de responder. En Tordesillas tampoco. Los defensores de la atrocidad que cada año llega por estas fechas sólo aciertan a entonar excusas que se pueden resumir en un “siempre ha sido así”. Argumentos de singular peso para justificar la ignominia. Lo único cierto es que no siempre fue así.

Pero también es de justicia romper una lanza,  nunca mejor dicho, por todos aquellos que en Tordesillas, hijos del pueblo, se manifiestan contra la barbarie. Son señalados e incluso amenazados. No quieren ver el nombre del lugar que les vio nacer unido a la sangre y la vergüenza. Otros muchos lo piensan en silencio. La ola de orgullo mal entendido y la numantina defensa contra la crítica “de los de fuera” se convierten en el discurso único, pero no lo es. En Tordesillas, el héroe no es el que alancea hasta la muerte al toro que busca su querencia de libertad. Los héroes son aquellos que viviendo en esas calles, y ante una cámara de televisión, todavía tienen los arrestos de hablar. Decir alto y claro lo que todo un país clama: La tortura animal, vestida de fiesta y regada con licores varios, no es tradición. En ese corro que encierra al animal y espera su muerte, lo menos salvaje es el toro.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin