La francesa Emmanuelle Puoydebat es una científica e investigadora francesa que en 2018 publicó un libro maravilloso que, titulado Inteligencia animal, es producto de décadas de investigación y trabajo de campo. En este libro expone, entre otras muchas conclusiones, que los animales poseen más empatía que las personas, y que la inteligencia de las especies animales es superior a la inteligencia humana en algunos aspectos. Por ejemplo, y sin duda alguna, tienen más inteligencia ambiental que los humanos; no destruyen su medio.

¿De qué sirve la supuesta inteligencia humana si destruimos todo lo hermoso de la vida con una inconsciencia pasmosa? ¿Dónde está esa conciencia de la que tanto hablamos si somos incapaces, tan siquiera, de respetar y cuidar el agua que bebemos, las plantas que comemos, el aire que respiramos? ¿Y nos creemos superiores? Sobre estas cuestiones trata este precioso trabajo que recomiendo porque, como dice el paleontólogo Ives Coopens, este libro es “una elegante y rigurosa manera de poner en su sitio a los humanos”.

Desde que existe la especie humana en este hermosísimo planeta ha utilizado a las otras especies a su propio beneficio, en la ceguera de que todos los seres que existen forman parte de un equilibrio natural que no dejamos de cercenar. Pero fue desde que el cristianismo acabó con el antiguo imperio greco-romano (el culmen de la civilización) cuando se difunde una falacia que ha hecho un daño enorme a la humanidad: la convicción narcisista de que la naturaleza y los seres vivos han sido creados por un dios para satisfacer al hombre. Un narcisismo y una soberbia que impiden cualquier relación armoniosa del ser humano con su entorno, y que justifican todo el abuso y toda la destrucción que ocasionamos a la naturaleza y a sus criaturas.

A partir de la Revolución industrial en el siglo XIX se multiplicaron por mil el desprecio y el daño que los humanos ejercemos contra nuestro planeta y contra los animales. Pero eso era nada en comparación con la destrucción implacable que estamos llevando a cabo desde que entró en nuestras vidas el neoliberalismo o neofascismo, que en lo económico es el capitalismo llevado a extremos. Extremos que son los causantes del daño irreversible, según dicen los científicos, que está sufriendo el planeta. La consigna es “sólo importa el dinero; las personas, la naturaleza, los animales, la vida, no importan nada”. Y buena parte de las estructuras políticas, sociales y económicas (las aliadas, por cierto, a las derechas) apuntalan esas ideas psicopáticas que desprecian cualquier cosa que no sea el beneficio económico que se persigue a cualquier precio.

Ese precio, que estamos pagando todos, sin excepción, es inmenso, abrumador y definitivo: se están cercenado las democracias, despreciando los derechos humanos y nos estamos cargando el planeta (contaminación del aire, del agua, intoxicación de la tierra, mares llenos de basura y de plásticos que lo envenenan todo, extinción de especies, quema de bosques, cambio climático, desastres naturales…) ¿A cambio de qué? De que una minoría sin conciencia de la población se enriquezca hasta límites inaceptables. ¿La especie humana es inteligente? Yo diría, como Pouydebat, que no, que no es inteligente destruir el medio natural que nos permite la vida y del que dependemos absolutamente.

En esta primera quincena de diciembre se está celebrando la cumbre del clima que, en teoría, pretende llegar a acuerdos entre los países para frenar el calentamiento global . Y resulta tremendamente curioso que se celebre en Dubai y esté patrocinada por bancos y fondos de inversión que financian la industria fósil; y la preside un alto cargo de la petrolera más grande del mundo que, para más inri, como es obvio, es negacionista. Es decir, puro e indecente  teatro. Desesperanzador, y tremendamente trágico para el futuro de la humanidad, que se enfrenta a uno de los retos más urgentes en toda su historia.

Urge abandonar este horrible ultra capitalismo que nos invade, y urge superar la idea de “crecimiento económico” que, como digo, sólo beneficia a una pequeña minoría; y urge entender que la economía, la industria y el comercio tienen que ser compatibles con el respeto a la naturaleza y a la vida. Es la única vía. Por eso, desde diversos ámbitos sociales y económicos se está insistiendo en una palabra fundamental en nuestro tiempo: decrecimiento, y en una línea de pensamiento que, llamada decrecentismo, defiende la reducción del consumo desmedido, y aboga por la producción industrial racional y controlada, con respeto al clima, a los ecosistemas y al mismo ser humano.

La reina Letizia, en su participación en el XVI Seminario internacional de Lenguaje y Periodismo, celebrado hace unos días en La Rioja, sacó a debate esta teoría del Decrecimiento, apoyando la tesis de que es necesario consumir menos y reducir drásticamente el consumo de energía, que es la causa principal del calentamiento y la crisis climática que sufre el planeta. Según leo, ha tenido muchas y agrias críticas desde los ámbitos más conservadores. Lógico. Por mi parte, me solidarizo con ella, y, aunque no soy monárquica, me parece muy positivo que desde la monarquía, como desde cualquier ámbito institucional, se defienda públicamente un movimiento que aboga por  el bien común, el respeto a la naturaleza, la economía racional, el desarrollo humano y, por tanto, también la felicidad de las personas.

Coral Bravo es Doctora en Filología