Esta misma semana se conmemoraba el día mundial de las personas refugiadas, uno de esos días que, entre resultados electorales y análisis varios, ha pasado más desapercibido de lo que debiera. Sobre todo, si tenemos en cuenta la existencia en las mismas puertas de nuestro mundo, de una guerra, la de Ucrania, que está causando una cifra récord de refugiados.

Ante nuestros ojos de espectadores, cada vez menos atónitos y más anestesiados, desfilan imágenes de colas interminables de personas que lo único que saben es que cualquier lugar va a ser mejor que el que era su hogar, que cualquier vida va a ser mejor que la suya. Son imágenes que hemos visto en muchos tiempos, en muchos lugares, en muchas situaciones, desde que hay cámaras capaces de inmortalizar estos momentos. Pueden cambiar las personas, el ambiente, el lugar o hasta las ropas, pero el espíritu es el mismo. Huyen de algo que hasta hacía poco era su casa y hoy podría convertirse en su cementerio.

Siempre que veo esas imágenes pienso lo mismo. Cómo se sentirá alguien que, de la noche a la mañana, ha de dejar todo lo que tenía por cierto en pos de una vida en que todo es incierto, porque sus certezas se diluyeron entre los restos de la barbarie humana. Cómo debe ser dejar una casa sin saber si se volverá alguna vez, o dejar amigos o parientes sin siquiera poderse despedir. Y, por supuesto, el vértigo que debe dar llegar a un lugar del que se desconoce todo, incluido el idioma. Por eso me indignan tanto las voces que abominan de la inmigración como si se tratara de un capricho en lugar de una dolorosa necesidad.

Hablamos de personas refugiadas, pero no lo son en el más extenso de la palabra. Porque un “refugio” debería ser un sitio seguro donde guarecerse, y no siempre somos capaces de proporcionárselo. No hay más que echar un vistazo a todos esos campos de refugiados que hay por el mundo para llegar a esa conclusión.

Las personas refugiadas, no lo olvidemos, son personas como cualquiera de nosotros que tuvieron la desdicha de nacer en el lugar y momento equivocado. El azar nos colocó a este lado del globo terráqueo, como nos podría haber colocado en el suyo. Y, sobre todo, hoy son ellos, pero mañana podría ser cualquiera. Como ocurrió aquí en un pasado no tan lejano.

Pongámonos en su lugar, aunque sea por un instante. Seguro que comprendemos muchas cosas.