Ctrl+Alt+Supr. Se acabó el aire inocente y preindustrial en el cielo de Madrid. Cada vez hay más coches. Más tráfico. Y, sin embargo, hoy, a las 7.49 h, cuando escribo esto, llueve en mi calle. Maternalmente. Benévolamente. La lluvia es un reinicio del sistema, un higiénico Ctrl+Alt+Supr venido del cielo. Lástima que no llueva dentro de las redes sociales. Ni dentro de ciertas cabezas.

EL CABALLO MEDICINAL DE CARLOS III. Ayuso, infantiloide y arrogante, cruce entre Bernarda Alba y una muñeca Gorjuss que tuviera demasiada boca, sigue en sus trece. Como un hámster girando dentro de su propia rueda solipsista. A mí Ayuso me tiene colonizadas la atención y la prosa. Y así es imposible dejar el tabaco. El lunes me propuse no hablar de la matriarca en La realidad pixelada, deshiciera lo que deshiciera esta vez, pero ni con parches de nicotina dejo de pensar en ella.

Ayuso exige de nuevo que Madrid pase de curso, o de fase, cuando sanitariamente continuamos encallados en los palotes del cuadernillo Rubio. Y esto no lo dicen los pliegos de cordel bolcheviques, sino los médicos y los sindicatos. Rojos aún de sangre roja. La de los pulmones marchitos, hechos puré, negros de luto y coronavirus. Y aunque al final prevalezcan las doctrinas del Reich económico, Madrid no está preparada aún para mudar de piel y pisar la fase 2, dicen los que saben. Que la tropa de médicos prometido para reforzar la atención primaria no ha llegado al completo. Y no porque hayan caído bajo las patas ecuestres del caballo de Carlos III que preside la Puerta del Sol —nos iría mejor en Madrid si nos gobernase el caballo—, sino porque a los nuevos médicos los han humillado las pezuñas neocon de Ayuso, al ofrecerles un salario de mierda y un contrato laboral más precario que el equilibrio psicológico de Hannibal Lecter. Y los médicos, muy dignos, no han aceptado, pues una cosa es que acaben de otorgarles el Premio Princesa de Asturias de la Concordia para tapar vergüenzas y otra muy distinta es tratarlos como si fueran bobos. Pero Ayuso y su partido, que han privatizado hasta las palomas verdes y ministeriales del Retiro, esto no lo comprenden y quieren privatizar también la dignidad obrera. Los médicos, ya digo, les han contestado recetándoles una caja de supositorios.

En fin, a la falta de médicos hay que añadir la de test. A los profesionales de atención primaria aún no se los han hecho, según denuncian, y se supone que están en la primera línea del frente. Por si esto fuera poco, nadie sabe quiénes son ni dónde están los 172 rastreadores que la matriarca reconoció haber contratado (¿se habrá olvidado la lista en la mesilla de noche del apartotel de Sarasola, junto a las chuches de fresa y el Mein Kampf económico de Daniel Lacalle?).

Este es el percal. Muy parecido al de hace dos semanas, cuando entramos en la fase 1, si bien ahora los hospitales van respirando poco a poco, aunque no lo bastante para echar las campanas al vuelo y celebrar el Día del Confeti. Porque los médicos, extenuados por el trabajo durante el pico de la covid-19, tiemblan ante un rebrote que, sin refuerzos, no estarán en condiciones de poder atender. Claro que, si nos pandemizamos de nuevo, a Ayuso siempre le quedará el Ifema, allí donde, según dijo con su vocecita de champán, “los pacientes sanan muy bien porque los techos son altos”. Que baje el caballo de Carlos III a gobernarnos. ¡Por favor!

YO DESESCALO, TU DESESCALAS… El Congreso ha aprobado el sexto capítulo del estado de alarma (gracias al confinamiento se han salvado 300.000 vidas). La prórroga durará hasta el 21 de junio. La última. Nos quedan, pues, dos semanas en la realidad pixelada, que es como vivir dentro de una película de David Lynch, aunque los bizarros collages psíquicos del realizador se entienden mucho mejor que el comportamiento de algunos. Y no lo digo por esos que se hacinan monográficamente en fiestas, se niegan a cubrirse las babas con la mascarilla o se reúnen en torno a Johnnie Walker en un botellón ecológico, exponiendo a los árboles y a los gorriones al contagio. Lo digo por ciertos políticos. A ver si Rosa María Mateo exige que, en los telediarios, cuando vayan a emitir imágenes bélicas del Congreso, sobreimpresionen el logotipo de las películas para mayores de dieciocho años. Que luego los niños no quieren echarse la siesta por miedo a encontrarse en sueños con Ana Blanco, esa señora que da malas noticias, y a ver quién los aguanta después toda la tarde.

EL HOMBRE QUE CAMBIÓ EL MUNDO. Saltan de un lado a otro del país como una hípica de fuego. Es la voz de piedra de África. El clamor blanco de los negros. La tinta asfixiada, I can’t breathe, en las pancartas. Es el fantasma de George Floyd recorriendo con su góspel de antorchas los Estados Unidos. La justicia que habla el pueblo cuando se hace pueblo. Black lives matter. Ardamos todos en la misma llama de rabia, blancos y negros, fraternas las manos, pero respetemos el pan de nuestros hermanos. El enemigo es otro. Se llama racismo. Y es mundial.

Arde el mundo y cierro los párpados y vuelvo a verla. En sus ojos llenos de mirada se apagan las llamas. Nunca esta niña nunca subirá tan alto. Su tío, el hermano de George Floyd, acaba de cogerla en brazos y la encarama a sus hombros de gigante. Y, desde abajo, pequeñito, él le pregunta: “¿Quién fue tu padre?” Y ella, con esa seguridad de hierro de sus seis años: “El hombre que cambió el mundo”.

DISCOVID-19. Me he despertado a las 4.30 h. Bueno, en realidad me han despertado las voces y la música provenientes del edificio de enfrente, donde los estudiantes del último piso celebran un fiestorro tecnocañí. Como los calores de primeros de junio tienen casi ya arrebatos de agosto, duermo con las ventanas abiertas. Y por ahí se han colado la fraternidad universal, las risas anfetamínicas, el uniforme alcohólico de Beefeater y alguna que otra discusión a voces sobre los juicios sintéticos a priori de Kant, o eso me pareció entender. La fiesta como expresión del egoísmo vivido en compañía.

MARGALLO Y SUS MUÑECOS. Entrevista al exministro Margallo en la tele. Se le han enfatizado el rostro de tótem precolombino y el cabello de color Nivea. En su modo de dirigirse a la cámara exhibe la misma seguridad con que lleva los dientes blanquísimos y como recién enjalbegados, que sonríen poco. A Margallo se le nota habituado a exigir obediencia. Tiene una voz prusiana, falsa, oscura y cuadrangular que lo hace distante. La cámara desenfoca un jardín detrás de él. En determinado momento, el periodista le pregunta por el ingreso mínimo vital, y el exministro, muy bien, cómo no iba a parecerle bien, muchísimos países europeos lo tenían ya, aunque astutamente calló que, si su partido había mudado de criterio, no había sido por un arranque de justicia y solidaridad, sino por cálculo. El PP había echado un reojo al barómetro del CIS y había descubierto que el ingreso mínimo vital acaparaba el plácet del 83,4% de los españoles. Había, por tanto, que desdecirse urgentemente. De ahí que a Margallo las ayudas le parecieran bien, muy bien, esdrujulísimamente bien.

Sin embargo, no tardó en llegar la letra pequeña. Y entonces Margallo, sin dejar de hablar con su propia voz, comenzó a hablar con la de Garamendi y, a ratos, también con la histriónica y limón de Rivilla. Habrá que tener mucho cuidado, prevenía el boli pedagógico del exministro, para que el ingreso mínimo vital “no desincentive la búsqueda de empleo”.

Di un salto en el sofá y no pude por menos que preguntarles a los píxeles que formaban el ectoplasma catódico de Margallo: “¿Es que quedará alguna migaja laboral poscovid una vez que a las empresas, por ahorrarse costes, les dé por robotizar hasta la fotosíntesis de las drácenas del hall? ¿Sacará Repsol del ERTE a Lisbeth, la peruana de la limpieza, o la sustituirá por un algoritmo de Fairy, que no enferma ni pide derechos laborales?”

Es cierto —y en esto llevaba razón el exministro— que, para disfrutar de los caudalosos 461,50 euros, tienes que estar buscando trabajo. Y es justo que sea así a cambio de recibir toda esa fortuna que, si Rato, por ejemplo, te la gestiona bien, te permitirá salir en Forbes, comprar un chalé en La Moraleja, tostarte al sol exclusivo del Caribe, llegar a los comedores sociales en un Lamborghini y meter el excedente dinerario en un paraíso turquesa y fiscal. Y no te preocupes, que las grandes fortunas ya evaden al año más de 60.000 millones y no les pasa nada. Así que por unos cuantos céntimos tuyos más… Pero es que, como los 461,50 euros te llegan de sobra para montar tu propia empresa, también puedes aumentarte el sueldo, aunque solo te lo subirás 123 veces más que el salario medio de tu plantilla, para no ser menos que los altos ejecutivos del Ibex 35.

El temor de Margallo me recordó a las beatas de crucifijo y visonazo que, al salir de misa en los Jerónimos, dan una limosna y una orden a los pobres, primero esta y luego aquella, como debe ser: “Toma treinta céntimos y no te los gastes en vino, que te tienen que durar toda la semana”.