Carles Puigdemont tiene en común con el Real Madrid el ser especialista en marcar fuera de tiempo. Se marcó una declaración unilateral de independencia en el último minuto, cuando todos esperábamos el anuncio de una convocatoria electoral. Volvió a marcarse una fuga desde Girona a Bélgica, justo cuando el sol salía sobre el Palau de la Generalitat en Barcelona, donde le esperaban sus hombres de confianza a los que había hecho creer que los acompañaría en la espera de los Mossos o de la Guardia Civil.

El pasado jueves, cuando todo estaba dispuesto para el anuncio de un acuerdo de investidura con el PSOE, de nuevo hizo un quiebro inesperado y dejó patidifusos a los negociadores del Gobierno y a cientos de independentistas imputados en las diversas causas abiertas por el 1 de Octubre, que no tienen medios para contratar a Boye y esperan poder recuperar la tranquilidad con la prometida ley de amnistía.

Marcar cuando el otro equipo ya te da por vencido concede a la victoria un sabor especial, te hace más ganador. Pero dejar las soluciones para el último segundo tiene muchos riesgos que no siempre pueden ser calculados de forma correcta. Pasarse de frenada y estrellarse a gran velocidad suele ser el final más común entre quienes gustan de vivir permanentemente en el filo de la navaja.

La mayoría de los comentaristas hablan estos días sobre la necesidad que tiene Pedro Sánchez, si quiere formar gobierno, de llegar a un acuerdo con Puigdemont. Pero pocos hablan de que esa necesidad se convierte, en el caso del líder de Junts, en vital si su deseo es regresar a Catalunya y recuperar su vida anterior. De no producirse el acuerdo, Pedro Sánchez volverá a presentarse a unas elecciones y en esta nueva ocasión podrá aducir a su favor que lo hace por no haber claudicado a todas las peticiones que le había hecho el ex president de la Generalitat. Pero ¿qué ocurriría con Carles Puigdemont si hay nuevas elecciones y Junts pasa a ser intrascendente para un gobierno progresista o, aún peor, el PP y VOX pueden gobernar?

Aunque no hay que subestimar la posibilidad de una victoria del PP que le permitiera formar gobierno con los votos de Junts. Ha pasado antes y puede volver a pasar. Nadie se ha entendido tan bien con Convergència (la actual Junts) como el PP de Aznar. Para los que tienen poca memoria recordar que, sin que la oposición pidiera un levantamiento nacional, en el pacto del Majestic se acordó: un nuevo sistema de financiación autonómica (con la cesión a las CCAA del 33% de la recaudación del IRPF, el 35% del IVA y el 40% de los impuestos especiales), la eliminación del servicio militar, la supresión de la figura del gobernador civil, el compromiso de importantes inversiones en Cataluña, la sustitución de la Guardia Civil de Tráfico por los Mossos d'Esquadra y la transferencia de una batería de competencias a la Generalitat en educación, sanidad, justicia, agricultura, cultura, empleo, medio ambiente y vivienda.

A todo esto hay que sumar el indulto de 15 militantes de la organización terrorista Terra Lliure que no estaban en la cárcel por poner urnas, sino bombas. Sin olvidar el compromiso de Aznar de hablar catalán en la intimidad, lo que le provocó no pocos problemas en su vida sentimental con Ana Botella, de la que es conocida su poca facilidad para los idiomas.