En mayo de 2023 coincidirán dos acontecimientos, no tan históricamente planetarios, como diría Leire Pajín, pero que pueden marcar un punto de inflexión importante en los manuales de resistencia de los presidentes Pedro Sánchez y Pere Aragonés. Las elecciones municipales y autonómicas confirmarán si estamos ante un nuevo ciclo electoral azul o, si, por el contrario, la volatilidad (y los volantazos) de la política española insufla aire al presidente español. A su vez Aragonés se examinará ante los suyos, ante la mayoría independentista en el Parlament. Si el president catalán cumple su promesa habrá por esas mismas fechas una cuestión de confianza reservada, exclusivamente, a los que le otorgaron la confianza en 2021: ERC, Junts y la CUP.

No podemos entender la reunión de Bolaños y Vilagrà sin entender este marco. Las relaciones entre el Gobierno de España y de la Generalitat están rotas, al igual que las relaciones entre los partidos y las asociaciones independentistas: rotas, sin proyecto y en continua lucha interna. Solo desde esta óptica podemos comprender la resiliencia de Esquerra Republicana con los socialistas pese al suma y sigue que van apuntando con cuidadoso esmero en el memorial de agravios de la Generalitat.

Aragonés y Sánchez se necesitan

Es la magia de la geometría variable, el pragmatismo del manual de resistencia. Pedro sabe dos cosas: que tal y como apunta la demoscopia y las tendencias no va a poder prescindir de un solo voto de la Tercera España: los partidos territoriales, y entre ellos, Esquerra. Pero también sabe que, si Cataluña se incendia, se incendia España. Meter ahora en los issues de campaña Cataluña es como lanzar una cerilla en el follaje seco del verano: una bomba de relojería que solo beneficiaría a la extrema derecha. Ni siquiera a un Partido Popular centrado en el centro y en la economía.

Pere también lo sabe, porque, además, también necesita a Pedro. Ante la incertidumbre de un Junts que hace las veces de socio de Gobierno y partido de oposición, la estabilidad de la legislatura catalana no está garantizada. La cuestión de confianza será su reválida. El Govern es tan frágil que hasta los Tribunales (de nuevo) podrían comportar la ruptura: una hipotética condena de la presidenta del Parlament y presidenta de Junts, Laura Borràs, podría dar al traste con la legislatura. Pere necesita alternativas, necesita su propia geometría variable.

Pero también es un juego de reposicionamiento. Junqueras apostó todo al rojo, al diálogo. Junts apostó todo al negro, a la confrontación. La mezcla explosiva de espionaje por parte del Gobierno socialista, juicios pendientes al independentismo, agravios en financiación e infraestructuras y nulo avance de la mesa de diálogo es un plato difícil de digerir por parte de los de Esquerra. Reconocerlo abiertamente sería dar la razón a Junts y reconocer el fracaso de su estrategia.

Aragonés está entre la mesa y la pared

Por eso Esquerra se aferra al diálogo, al dialoguismo, aunque éste signifique el diálogo como fin en sí mismo. ¿No es esto lo que se acordó exactamente ayer? Más allá de la disonancia interpretativa de los dos actores de la reunión, la lectura atenta de lo que se acordó muestra la situación exacta en la que nos encontramos. No se pactaron acuerdos concretos, ni siquiera un calendario de diálogo, se habló de hablar de la creación de las condiciones del diálogo. Volvemos al principio, a la casilla de salida: al momento anterior a la reunión de la Ratafia entre Sánchez y Torra. Un retroceso de dos años. Se acordó exctamente eso: dialoguismo.

No me malinterpreten. El diálogo es bueno porque aporta estabilidad y serenidad a una política demasiado agitada e impulsada por las pasiones. Pero el diálogo tiene que ser deliberativo. Como dicen los ingleses hay que deliver algo, entregar resultados concretos.

La pregunta es: ¿Está Pedro Sánchez en disposición de poder ofrecer algo a la Generalitat? Lo dudo. Al menos en las dos grandes mesas abiertas, aunque acumulen el polvo del desuso. Por una parte, la Comisión Bilateral, la que tendría que hablar de inversiones, financiación, políticas públicas y competencias. Por otra, la Mesa de Diálogo, que tendría que hablar de modelo de Estado. En ninguna de las dos mesas el presidente puede ofrecer algo que no sea aprovechado políticamente por la oposición o por otros territorios.

El único marco viable será el Congreso, por eso la verdadera negociación se trasladará a los presupuestos que se convertirán en la auténtica mesa de negociación, la auténtica comisión bilateral, además del salvavidas de la estabilidad presidencial. Sánchez no puede comenzar 2023 sin presupuestos.

Porque en un año el presidente se la juega. Pero el president también. El instinto de supervivencia de ambos convertirá el dialoguismo en un win-win. Y en este dialoguismo cada uno tendrá que armarse de razones y relatos. Ante los suyos y ante los otros. Ante mayo de 2023. En Madrid y en Barcelona.