Lo sensato habría sido que Alberto Núñez Feijóo no hubiera forzado gastar muchas jornadas en someterse (y someter al país) a una investidura que sabía imposible, pese a encabezar la lista más votada, porque sus necesarios aliados le habían dicho rotundamente que no varias veces. En una estrategia personal, que perseguía únicamente alargar el liderazgo dentro su partido, ha hecho perder el tiempo y ha contribuido a enrarecer el clima político durante los últimos treinta días de septiembre.

Ahora veremos si en el lado de la izquierda y los nacionalismos periféricos el sentido común se abre paso y se llega a la nueva sesión de investidura con rapidez o se opta por la insensatez de marear la perdiz hasta el 27 de noviembre y volver a las urnas para repetir unos resultados muy parecidos a los del 23J.

La prisa para la insensatez no es exclusiva de España. Desgraciadamente es un mal arraigado en las clases dirigentes de todos los países. El caso más flagrante es el de la guerra de Putin contra Ucrania, en la que ninguno de los bloques tiene prisa por lograr la paz, un alto el fuego o un armisticio. Zelensky acaba de confirmar en Kiev ante más de 250 fabricantes de armamento el propósito de convertir a su país en la mayor fábrica de armas de Occidente con el respaldo de 38 empresas de 19 países que se han sumado ya a la iniciativa. El título del reciente libro de Raúl Sánchez Cedillo Esta guerra no termina en Ucrania va camino de terminar en una profecía autocumplida.

En la Unión Europea en vez de acelerar las medidas para combatir el calentamiento global, que sería lo sensato, se acaba de retrasar dos años la entrada en vigor de los nuevos límites de contaminantes de los vehículos de combustión por la presión de los gobiernos conservadores, empujados a su vez por la ultraderecha y los intereses comerciales.

En el terreno de la política migratoria de la UE, la miopía política de los dirigentes europeos se manifiesta en la rapìdez con la que impulsan acuerdos para contener la llegada de migrantes en las fronteras de terceros países, como es el caso de Túnez, y la lentitud en acordar inversiones en mejorar la calidad de vida en los países más afectados por la crisis climática y los conflictos provocados por la pobreza extrema.

Volviendo a España, otro ejemplo de la flojera para acometer lo urgente y darse mucha prisa para las maniobras tacticistas lo tenemos en Cataluña, donde el Parlament acaba de aprobar una moción sobre la autodeterminación y el Govern de la Generalitat no es capaz de evitar las restricciones de agua en municipios costeros donde sería fácil la instalación de desaladoras.

En Andalucía, el gobierno del Partido Popular parece más interesado en confrontar con el presidente del Gobierno en funciones con la excusa de la hipotética amnistía y la financiación autonómica, que en abordar la dramática falta de agua embalsada en la cuenca del Guadalquivir, que se encuentra al 18,4% de su capacidad.

Con la cuenta atrás abierta para la investidura vamos a comprobar si realmente nuestra clase política opta por la celeridad o se instala en el mareo permanente de la perdiz.