Hace apenas un par de años, las jeringuillas se convertían en símbolo de esperanza. Después de meses interminables de confinamiento, restricciones, y mucha incertidumbre, las vacunas aparecían en el horizonte como la panacea que nos libraría de esta moderna maldición. Aquellos primeros pinchazos suponían -o eso creíamos- el principio del fin. Y, aunque luego las cosas no fueron como imaginábamos y la vacuna no nos libró de la enfermedad, aunque sí de sus peores efectos, lo cierto es que las jeringas ganaron una popularidad que nunca habían tenido.

Críos y crías de varias generaciones nos criamos con el terror a aquellas inyecciones que nos enchufaban prácticamente por cualquier cosa. O esa era, al menos, la sensación que teníamos.

Más tarde, cuando esas generaciones crecimos, veíamos con horror cómo las jeringas se convertían en sinónimo de desolación y muerte. La heroína hacía estragos y dejaba un reguero de dolor multiplicado por mil cuando apareció otra enfermedad terrible, el SIDA. Los yonquis desesperados por su dosis de caballo ya ni siquiera necesitaban atracar a punta de navaja. Con una simple jeringa y el anuncio de que estaba infectada de SIDA era suficiente para sembrar el pánico. Además del miedo que infundían a los niños y niñas de la generación siguiente a pincharse con una aguja abandonada en un parque o una playa

El tiempo pasó, unas generaciones dieron paso a otras y el SIDA pasó de enfermedad mortal a enfermedad crónica. Pero las jeringuillas no perdieron su mala fama hasta la llegada del coronavirus.

Hoy, cuando habíamos vuelto a respetar los pinchazos, aparecen unos desaprensivos no se sabe de dónde y comienzan con una práctica que todavía nos causa perplejidad. La de pinchar a personas, generalmente jóvenes y generalmente mujeres, que acuden a fiestas y locales de ocio. Se habla de “sumisión química” aunque no se haya detectado, por suerte, ninguna sustancia nociva en las víctimas de semejante tropelía, pero lo que es claro que se trata de un ataque a la libertad individual y colectiva de las mujeres. Individual, porque causa el miedo en quien lo padece; colectiva, porque supone el pánico en las que pueden padecerlo. Cualquiera. Todas.

Y no es lo único malo. Es terrible leer muchos comentarios en redes. El machismo está en cualquier parte y cualquier excusa es buena para salir a la luz. Y hallaron un buen filón. Frases donde se humilla a las víctimas o a quienes temen serlo por el solo hecho de salir a la calle y querer divertirse, por el solo hecho de tener la libertad que ellos han tenido siempre. Por el solo hecho de ser mujeres.

Mal vamos.