Tras una campaña electoral luciendo los disfraces del catálogo de oficios de Playmobil, en la que le hemos visto de ganadero, enólogo, técnico automovilístico y cultivador de remolachas palentino-abulense, Pablo Casado ha quitado la pelusa a su traje de líder de la oposición y candidato a presidente del Gobierno. El líder del PP nos regaló este martes un buen discurso, uno como pocos. Tan pocos que sólo se le recuerda otro igual: el que dio contra Santiago Abascal en aquella moción de censura que llevaba el nombre de Pedro Sánchez, pero cuya diana era Casado.

Como el reloj que incluso estropeado da la hora dos veces bien al día, Casado ha acertado en dos ocasiones con sendos discursos a la altura de la derecha moderna que España siempre se mereció, pero nunca tuvo. El problema es que el día político tiene otras 22 horas en las que hemos visto otros tantos casados como anzuelos le ha puesto Vox. Y en todos ha picado.

Pablo vuelve a avisarnos de que viene el lobo a devorar al “centro reformista español” e incluso admite que lo dijo “hace poco más de un año”. Pero los parroquianos de la derecha ya no compran el cuento, como muestran su mudanza continua hacia VOX y las encuestas que ya pintan un posible sorpasso, con un Abascal a un diputado de decirle a Casado eso de que se le está poniendo “cara de vicepresidente”.

Es poco creíble presentarse ahora como rompeolas del fascismo, cuando lleva más de un año ejerciendo de telonero. ¿Cuál es el Pablo Casado real? ¿El que lamenta la “lluvia ácida de fake news” o el que se empapa en el bulo de las macrogranjas y la carne que nadie llamó “tóxica”? ¿El que desprecia la “xenofobia” o el que bendice pactos con quienes enfrentan a menas y abuelas jubiladas? ¿El que se burla de “la internacional de lo excéntrico” o el que se desmarca del civilizado PP europeo para posicionarse a favor de Polonia y Hungría, votando con Vox, la Lega y el Frente Nacional?

Casado, en su buen discurso ante el Comité Ejecutivo Nacional, rechaza a quienes dividen a las personas por su color de piel, pero hace unos días sorprendía con un bulo sobre el “turismo de otras razas” que promociona el Gobierno. Se vende como un adalid de la igualdad entre hombres y mujeres, pero hace una semana despreciaba las “soflamas feministas” de una candidata a Eurovisión. Dice que el PP “fundó la Unión Europea”, pero pone en duda los controles sobre los fondos que nos concede Bruselas. O que es “el pionero en la sostenibilidad de Kyoto y París”, pero defiende las macrogranjas contaminantes y confunde el metano de las vacas con el CO2 que capturan las plantas.

El líder del PP nos advierte ahora de los “frutos amargos” que produce “la semilla del populismo y del radicalismo”, pero, para madurar, necesitan el abono que Casado lleva meses diseminando. Ese extremismo del que ahora nota el aliento se nutre de sus etiquetas de “ilegítimo” al Gobierno que eligieron los españoles. Y de la acusación de “pucherazo” para tapar la torpeza de un diputado incapaz de elegir bien entre tres botones. Cuando pinta de bananero al “Parlamento de España, un parlamento serio, con dos esculturas de los Reyes Católicos”.

Todo este discurso desemboca, por fin, en lo que Casado quería vendernos: que “Alfonso Fernández Mañueco ha pedido un Gobierno fuerte, estable y en solitario, […] sin la espada de Damocles continua”. El problema es que eso no se pide en Génova, sino en las urnas. Y Mañueco ya se lo reclamó a los castellanoleoneses y ellos no se lo quisieron dar el pasado domingo. Por mucho que diga Casado que “tiene todo nuestro apoyo para llevarlo adelante”, no tiene el de sus vecinos, que le han dado una victoria pírrica y el mandato de, o gobernar en compañía, o gobernar en debilidad.

Igual que hace dos años los votantes dieron una ventaja más amplia a Luis Tudanca, pero no le concedieron la virtud de poder gobernar. Ni solo, ni con fuerza. Entonces, los números le dieron al PP para gobernar con Ciudadanos. Los mismos socios a los que repudió y expulsó hace menos de dos meses, para cambiarlos por ese lobo del que Casado ahora nos cuenta que es populista, radical, xenófobo, machista. Así funciona esta democracia nuestra que custodian las estatuas de los Reyes Católicos.