“…Contra toda esperanza.

Ya soy, a cada paso que insinúo,

testimonio o escándalo,

testimonio y escándalo.”

Con este verso suyo se puede definir la vida de Pere Casaldáliga nonagenario claretiano, maestro de la vida, azote de los poderosos, protector de los pobres y buscador incansable de una iglesia y una sociedad que diera la mano al indígena, al desposeído, en un cristianismo militante que solo entendía sobre la denuncia y la acción frente al mal y al neoliberalismo.

Fue mi profesor en el colegio de Barcelona al que acudía de niño y muchas de mis maneras de entender la vida tienen que ver con las lecciones de este religioso que se quiso hacer misionero y que acaba de fallecer. Nacido en Cataluña, en Balsareny, en 1968 se trasladó a Sao Felix de Araguaia, municipio habitado por poco más de 10.500 almas, situado en la capital del Mato Grosso a casi un día de viaje del transporte aéreo más cercano. Allí estableció su hogar, uno más entre los humildes, dando con su vida ejemplo del Evangelio.

Jesús de Nazaret desalojando a los mercaderes del templo es otra imagen que cuadra con la manera de hacer de este justo, todo amor e indignación ante la impunidad. Nombrado en 1971 primer obispo en el territorio brasileño por decisión del pontífice Pablo VI, su vida se centró desde la pobreza, en la defensa de los desfavorecidos. Denunció a los terratenientes, a los esclavistas, a quienes se aprovechaban de otras personas condenándolas a la miseria, despreciando su existencia. Le amenazaron de muerte, intentaron acabar con el y llegaron a ejecutar a otro hombre en su lugar al obviar los verdugos al individuo mal vestido que en ningún caso podía ser un prelado. De inmediato comenzó su activismo de denuncia: “los casos en carne viva de peones engañados, controlados a pistola, golpeados o heridos o muertos, cercados en la floresta, en pleno desamparo de la ley, sin derecho alguno, sin humana salida…”

Escritor y poeta, Casaldáliga dejó negro sobre blanco el relato crítico de lo que vivía junto a la humanidad indefensa que le rodeaba, como un grito inspirado en el continente“ Definitivamente América Latina será mi cruz, explicó. “Dios pobre y masacrado grita al Dios de la Vida desde esta colectiva cruz alzada contra el sol del Imperio y sus tinieblas, ante el velo del Templo estremecido”. Ligero de equipaje, el obispo se sentía libre instalado en la pobreza. “Lo terrible es toda esa gran humanidad a la que la injusticia condena a ser pobre”.

Hoy Brasil, el mundo y quienes nos consideramos cristianos y progresistas, lloramos la pérdida de alguien irrepetible, que dio testimonio y escándalo en defensa de los más vulnerables basándose en una santa y combativa filosofía: “El seguimiento de Jesús exige una radicalidad que no requiere muchos discursos”.