Los más aplicados han terminado creciendo. Y de qué manera. Su cotización vuela, y sus tentáculos se extienden a todas partes, entrando ya en competencia entre ellos mismos. Algo que dudo mucho pensasen en el momento de iniciar su negocio original. En el salto de la niñez a la madurez sin pasos previos por una adolescencia en la que aprender algunas leyes de la vida, estos gigantes controlados por jóvenes se han dejado muchos pelos en la gatera. Facebook sigue siendo tema constante de conversación cuando hablamos de privacidad en la red y el uso que se hace de nuestros datos y prácticas personales, y Google tiene tantos frentes abiertos en las administraciones que controlan la competencia que casi se le ha olvidado su pequeña recolección de redes wifi públicas a través de los coches que fotografiaban las calles para su Street View. Una de las últimas alianzas en Internet, la de Facebook con Spotify, ha vuelto a provocar críticas y quejas de los usuarios, al no poder usar el servicio de música si no se cuenta con un perfil abierto en la red social. Podría parecer absurdo si se tiene en cuenta que Facebook sobrepasa los 800 millones de usuarios, y la mayoría de usuarios de Spotify también lo son de la empresa de Mark Zuckerberg, pero ahora suman otras cosas.

Hace tiempo que tengo la sensación de que Google y Facebook, por poner dos ejemplos, ya no son las marcas cool y modernas en las que muchos matarían por trabajar. Que incluso Apple ya no es objeto de admiración - menos por el precio de su acción - cuando antes cualquiera se ofrecería como reponedor en su tienda de Ipads, Iphones e Ipodes por el mero hecho de estar cerca de su admirada manzana. Ya le pasó a Bill Gates y su Microsoft, que pasaron de ser deidad a temidos y odiados, mientras la gente miraba la parte de atrás de su ordenador buscando los sensores a través de los cuales el gran hermano Gates se apropiada de la información gracias a su sistema operativo Windows. Hoy, aquellas teorías sobre lo que se podría hacer con semejante volumen de datos sobre nuestros hábitos se han visto ampliamente superadas por la realidad, y los que tienen el poder de acumular  e interpretar esos rastros son vistos con la misma desconfianza que sufrió el creador de las ventanitas. Ahora los usuarios son los que, lejos de asumir esto como un mal menor, quieren controlar a los gigantes. La exigencia a las administraciones para que protejan de forma efectiva los derechos y privacidad de las personas en los entornos digitales ya no es un tema menor. No habrá paz para las grandes empresas nacidas en los garajes mientras la web siga siendo algo social. Participativo. De todos.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin