El muchacho de Parla y la empanadilla de Móstoles. Dos gags de humor. El segundo es de Martes y Trece y el primero de Pedro Sánchez. Ambos se refugian en la cotidianidad, ambos usan a la gente normal como personajes para su teatrillo, pero la parodia de unos es historia de la televisión y la parodia del otro es, sólo, un desacertado episodio de mala comunicación política. Y no es el primero.

Pedro Sánchez fue a un piso de Parla a tomar café con Óscar y María del Carmen. Allí hablaron de la subida del Salario Mínimo Interprofesional. Los jóvenes, encantados con que el autodenominado “Gobierno más progresista de la historia” les de un empujoncito en la nómina. Más que merecido, sin duda. Pero luego uno rasca y sabe que el muchacho de Parla es un joven con vinculación con el PSOE y Moncloa, a través de su hermano, que trabaja allí. Y toda la pretendida espontaneidad y cercanía se convierte en lo que es: teatro.

No hablamos de fondo aquí, sino de formas. Tomar a la gente por tonta tiene el problema de que la gente lo mismo te termina tomando por tonto a ti. Aún se recuerda en Andalucía aquel otro gag de Macarena Olona y el señor que en el mercadillo rompió un carnet del Partido Popular. «Para lo que sirve», dijo el señor. Luego Juanma Moreno sacó mayoría absoluta y Olona está ahora de tuitstar buscando su espacio entre La Vecina Rubia y Protestona. Uno se puede reír de todo, menos de los futuros votantes. Hay que tratar a los ciudadanos con respeto, con profundidad y con honestidad. El muchacho de Parla no tiene la culpa de que los asesores de Sánchez tengan prisa en sacarlo de las arenas movedizas del «Sólo sí es sí». La urgencia engendra monstruos y la soberbia los alimenta.

Pedro Sánchez, o quien le escribe los papeles, es dado a la fabulación pueril. A falta de calle, se inventa a personajes, como si ganar las elecciones y ganar el premio Planeta tuvieran algún tipo de concomitancia. También lo hizo con aquellas mujeres que se le acercaban a darle las gracias por su gran gestión. Desde 2015 ya ha tenido a tres: Juana, Valeria y Verónica. Los tres nombres ya denotan cierta novelería. Sánchez iba de mitin en mitin hablando de ellas tres como si se las acabara de encontrar. Los periodistas que le siguen le pillaron rápido el truco y así lo escribieron. Ahora sigue haciendo lo mismo, pero su mujer ya no tiene nombre, para evitar la chanza.

La comunicación política es un misterio. Tiene sus manuales y sus reglas, por supuesto, pero también tiene un importante grado de intuición. El PSOE de Pedro Sánchez está cansado de inventar y el cansancio se nota ya en los músculos, como los futbolistas que aflojan el paso sabiendo que el empate les va a obligar a jugar una prórroga. Sus hombres y mujeres de confianza están cansados, el presidente tiene calambres y su equipo no da un pase bien. Podemos no se sabe si es rival o compañero y Yolanda Díaz asume las mismas responsabilidades en el campo que el que vende los perritos calientes. El partido está complicado y este tipo de decisiones sólo ahondan en la crisis de imagen de un Pedro Sánchez que luce en Davos pero desentona en un pisito madrileño.

"¿Encarna?", le faltó a decir a Sánchez mientras Óscar hablaba. En ese vídeo hay dos planos de realidad. Por eso nadie se lo creyó. Porque el político que va a las casas no lo graba. Lo hacen los alcaldes, los candidatos regionales, lo hace la militancia. Pero Sánchez está ya en otro mundo: en el de las promesas incumplidas, en el de los socios insaciables, en el de la comunicación vacía.