Trasteando por San Google, he encontrado que, por estas mismas fechas, yo misma escribía hace cuatro años un artículo sobre las 13 rosas, todo un símbolo de la represión franquista. Lo hacía a principios de agosto, aniversario de su asesinato, disfrazado de ejecución de una sentencia injusta, dictada ya antes de que pusieran un pie en el juicio. Una historia que se conocía muchos años más tarde de que ocurriera, porque, como bien sabemos, llevábamos más de cuarenta años de retraso de todo. Hasta de vivir.

En mi texto de entonces trataba de hacer mi pequeño homenaje a aquellas mujeres tan jóvenes que sirvieron como cabeza de turco para una maniobra de estado, la venganza institucional por un atentado en el que ellas no tuvieron nada que ver. Algo que ni siquiera pudieron probar porque su presunción de inocencia brilló por su ausencia. Y sigue brillando cada vez que, tantos años después, alguien sigue tildándolas en redes de asesinas e incluso de violadoras, un absurdo sobre el que ni siquiera voy a comentar.

Pido disculpas anticipadas por la auto cita, pero necesitaba hacerla. He considerado conveniente consultar qué es lo que decía entonces y hasta adónde hemos llegado. Por no repetirme, pero, sobre todo, porque en ese momento mi texto contenía una llamada a la esperanza y está bien comprobar si, como yo quise ver, seguimos avanzando. Pero mi gozo en un pozo. No solo no hemos avanzado, sino que, emulando los cangrejos, vamos hacia atrás. Y seguiremos yendo, si no hacemos nada por evitarlo.

Quizás si hubiera escrito este artículo el año pasado, o el anterior, su tono hubiera sido más optimista. Teníamos una ley de memoria democrática nuevecita, de 2022, que mejoraba sensiblemente lo que hizo su predecesora de 2007, y abría puertas que hasta ahora habían permanecido encalladas por más que se hubiera hecho fuerza para derribarlas. Entre otras cosas, y por arrimar el ascua a mi sardina, creaba la fiscalía de derechos humanos y memoria democrática. Todo un símbolo, pero mucho más que eso.

Pero, como dice mi madre, nunca dura mucho la alegría en la casa del pobre, y el 2024 ha sido un mal año para la memoria democrática. Varias comunidades autónomas, que habían cambiado el signo de sus gobernantes, derogaban las leyes de memoria existentes ´las autonómicas, la nacional sigue ahí, por fortuna- y las cambiaban por leyes, pomposa y engañosamente llamadas “de concordia”, que son todo lo contrario. Ya no existía la memoria histórica, sino una especie de tabla rasa que hacía iguales a víctimas y verdugos, a quienes defendieron la legalidad con quienes acabaron con ella, como si los vencedores de aquel maldita Guerra Civil no hubieran tenido cuarenta años para reivindicarse.

No hubiera querido escribir esto hoy, sino decir que aquellas 13 jóvenes podían empezar a sonreír desde allá donde estén. Pero no puedo hacer otra cosa que repetir mi homenaje a ellas y a todo lo que representan y esperar que, en algún momento, podamos hacerles de verdad justicia.

boton whatsapp 600