Tomo prestado el título del último poemario de la escritora María Ángeles Pérez López, que fuera Premio nacional de la Crítica de Poesía el año pasado, para abordar el tema de este artículo. Un tema de máxima relevancia cuando hemos conmemorado esta semana el Día Mundial de los refugiados, con un menor ahogado hoy y treinta personas migrantes desaparecidas frente a las costas de Canarias. Nada nuevo, desgraciadamente. Hace tan sólo una semana, frente a las costas de Grecia, en el Mar Jónico, al menos 79 personas perdían la vida y cientos están desaparecidas tras el naufragio de un pesquero de 30 metros de eslora. Varios testimonios hablan de decenas de mujeres atrapadas en la bodega con sus hijos menores. El barco, en el que viajaban entre 500 y 750 personas, pidió auxilio el martes por la tarde a los activistas de la ONG Alarm Phone, una red de personas voluntarias que recibe avisos de embarcaciones de migrantes en aguas europeas que están en apuros, según ha informado esta organización. Las autoridades europeas, empezando por las griegas cuyas costas y ayuda estaban más cerca, desoyeron la petición de auxilio. El mar mediterráneo cuna y testigo de nuestra civilización, se está convirtiendo en una enorme tumba líquida en la que nuestra cultura degrada sus principios, sepultándolos, como si no existieran.

Hoy mismo, la Primer ministro italiana, Giorgia Meloni, ha celebrado el día Mundial de los migrantes, expulsando a más de 3.000, con la aprobación de una nueva ley de inmigración que no respeta los derechos humanos. No es de extrañar, dada su ideología, y que tiene en el consejo de ministros a onerosos personajes como Matteo Salvini, que ya en su anterior cargo denegó el deber de auxilio a varias embarcaciones con migrantes en las costas italianas. Es curioso esta actitud en personas tan cristianas, tan católicas, al menos de boquilla, que el amor al prójimo lo entienden si el prójimo es rico, por no hablar de la falta de respeto y cumplimiento de las leyes internacionales y de los derechos Humanos. Los hemos visto santiguarse compungidos en el funeral de Berlusconi, pero una cosa es predicar, y otra dar trigo… No podemos ser hipócritas, Europa, la civilizada Europa, lleva años mirando para otro lado, pagando a Turquía para que se haga cargo de las personas que huyen de la guerra, el hambre y la persecución, de los movimientos migratorios en lo que son campos de concentración de facto, e incumpliendo sus propias leyes de fronteras, asilo y humanidad.

Todo esto mientras los noticieros, diarios, plataformas informativas, radios y webs, se llenan con titulares sobre la búsqueda multimillonaria de un grupo de esnobs ricos, que se han perdido en el Atlántico, por su ostentosa vanidad de visitar los restos del maldito buque hundido Titanic. No me malinterpreten: toda vida me parece valiosa, incluso la de un grupo de ricachones ociosos que se aburren tanto como para poner su vida en juego y la de sus rescatadores para poder fardar de su maravillosa vida en las redes sociales pero, con lo que ellos se han gastado en el viaje por cabeza, y lo que está costando el rescate, que ojalá resulte exitoso, todas esas familias desesperadas en su huida que se han ahogado en el mediterráneo estas semanas habrían vivido y tenido posibilidad de ser.

Es evidente que no todas las vidas valen lo mismo para la sociedad en la que vivimos, y que los principios por los que se suponen se rigen las presuntas sociedades avanzadas en las que vivimos se resquebrajan. “Arden el mar y los campos de Moria. Arden los alfabetos de la infamia, las oraciones rotas de los dignos. En la noche en la que arde el sol de Europa, noventa y nueve estrellas de mar duermen sobre la playa en una funda. No sabes si lo que ilumina el cielo es su propio alarido o la escarnecida respiración del agua que habría querido acunar esos cuerpos”, escribe la poeta en uno de sus estremecedores poemas en prosa. Nombrar el horror no lo aleja, ni nos absuelve, pero al menos crea una memoria de la infamia con la que convivimos, con la que tejemos nuestra vida cotidiana, a costa de muerte ignorada, de nombres borrados, de cuerpos sepultados bajo el agua de nuestra falsa realidad líquida. No decir, no nombrar, no recordar, también es un delito, porque nos hace cómplices.