Después de habernos indicado con meses de antelación, el camino a seguir para cercenar lo que la izquierda se empeña en denominar el estado de bienestar, Artur, lejos de pagar con votos el descontento de sus ciudadanos, está a punto de convocar elecciones y conseguir en ellas una mayoría histórica. Hasta tal punto la jugada le ha salido redonda, que ni tan siquiera ha tenido que trabajar su planteamiento. Le ha bastado subirse al carro de una sociedad que se había organizado para superar una crisis, contra la que lucha ondeando banderas.

Mariano dedicó buena parte de la reunión con el presidente catalán, no a hablar del aburrido y manido tema de la financiación, sino a reaprender de éste esas tácticas que, por antiguas, tenía algo oxidadas. La entrevista fue muy provechosa para ambos. Desde el jueves, en España y en Cataluña, el paro, los desahucios y los recortes parecen un problema menor comparado con el mucho más mediático y vistoso tema de la lucha de patriotismos.

Mientras desmontamos las quimeras de los avances sociales, en los que la izquierda fundamentó sus ya casi olvidadas victorias, las gentes de derechas hacemos crecer otras menos tangibles pero infinitamente más rentables electoralmente. Desde el principio de los tiempos, nada ha movido más a la unión de los hombres, que la desunión de la humanidad. Las reglas son muy sencillas, y no han variado un ápice desde que hace 150.000 años comenzaron a caminar por el planeta los primeros homo sapiens. La tribu unida contra la diferencia, imaginaria o no, de la de al lado; el desprecio por esa diferencia y, finalmente, el enfrentamiento que fortalece la unión de cada tribu con su líder.

Mariano y Artur son desde el jueves más fuertes, más líderes, y tanto más queridos en un lado como odiados en el otro. Cumplen así el principal objetivo del jefe de la tribu, que es continuar siéndolo. Y ustedes, amigos lectores, no dejen de ondear banderas, nada tapa mejor las miserias que las telas de colores.

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