En muchas ocasiones, los periodistas no nos damos cuenta de que vivimos en una burbuja, una especie de mundo paralelo en el que la “información seria” es el motor que hace que todo se mueva y tenga sentido. Egos, tibias venganzas y pugnas por una noticia. Tertulias y portadas. Pasa algo parecido en la política. A los asesores y, en menor medida, a los propios representantes públicos, les pasa algo parecido: creen que su mundo es el mundo. Y que la realidad es, muchas veces, sólo un obstáculo. Todo lo que te apasiona, de alguna forma, te esclaviza, y hace también que pierdas la lupa. Del mismo modo que Instagram se ha convertido en una especie de escaparate de nuestras vidas personales, Twitter se ha convertido para los profesionales de la información y la comunicación en una especie de partida privada de póker o en una reunión de frikis que se retroalimentan entre ellos.

En este país tenemos un gran problema: los españoles nos creemos más tontos de lo que somos y los gurús políticos nos creen más listos de lo que somos. Como siempre, en el equilibrio encontraremos la virtud. El español es ese ciudadano capaz de disfrutar de igual manera la mortadela y el jamón 5J. Y habrá quién se las dé de sibarita y luego sea el más ignorante y el que se las dé de borrico y en el fondo tenga el paladar listo para el caviar. La cosa es que hay mucho cantamañanas de corbata fina y glosario de frases en inglés listas para insertarlas aleatoriamente en cualquier momento de inseguridad que se ha metido tanto en su papel de cafetero que se le ha olvidado bajar al bar y tomarse uno apoyado en la barra y abriendo bien las orejas. Todo lo que sé de la vida, lo aprendí en los bares.

La verdad, lo que importa en política, no está en las salas de guerra, ni en los think tank, ni mucho menos en una comunidad onanista de Twitter, lo que de verdad vale está en los bancos de los parques, en la bulla de la feria, en las colas del cajero, en la panadería, en el metro, en el supermercado, en las peluquerías y en las gradas de cualquier estadio de fútbol. No hay mejor sociólogo que un peluquero o un taxista. La política y, sobre todo, la realidad no está en los boletines de la mañana, ni en esta página que escribo; lo determinante está fuera, en la calle, y está siendo debatido.

Somos una tribu en torno al fuego, sólo queremos una buena historia antes de irnos a dormir

Hay que tener clara siempre una cuestión: Una cosa es lo que se desea, y otra cosa es lo que sucede. El domingo pasado, en esa comunidad compuesta por periodistas, consultores, analistas, frikis de la política y bots se hablaba de manera apasionada de las elecciones italianas, de la guerra de los impuestos y de temas que realmente, le interesa a una minúscula parte de la sociedad. Para que una historia enganche y merezca la atención del gran público debe tener morbo, caída o descenso, confrontación, drama o traición y vencedores y vencidos. Ahí sí puede empezar a fraguarse un debate nacional.

Y así fue, por mucho que nos empeñásemos los periodistas, los analistas y los frikis en hablar de Meloni, del IRPF, de Sánchez, de Truss y de todo el plantel político internacional, las dos únicas noticias que lograron acaparar la atención del ciudadano fueron el culebrón de Tamara Falcó e Íñigo Onieva y la ruptura, previa cuenta atrás y repertorio de emojis, entre Risto Mejide y Laura Escanes. Podrá gustarnos más, menos, parecernos una frivolidad, rasgarnos las vestiduras y clamar al cielo que somos un país de descansillos. Pero la realidad es esa, y la realidad es el único camino hacia la verdad.

Y ojo, esto no quiere decir que los españoles no se informen, estoy convencido que la mayoría de gente sabe grosso modo quién es Meloni, que hay una disputa entre la izquierda y la derecha por los impuestos, que lo de la justicia está chungo y todo lo demás. Pero una cosa es saberlo, otra que les interese y otra que ocupe sus conversaciones en el metro. A los españoles, ahora mismo, les interesa saber quién va a coser el agujero de sus bolsillos, y, puede que un poco lo de la movida de Macarena Olona. Por lo que esconde: Traición, venganza y falsedad. Ingredientes de cualquier buena narración que se precie. Somos una tribu en torno al fuego, sólo queremos una buena historia antes de irnos a dormir.