Hace como dos semanas, en un pequeño paseo, me tuve que parar al escuchar gritos que parecían provenir de una intensa y acalorada pelea. De manera automática miré hacia el lugar de donde provenían las voces y los improperios, y vi a una chica en la entrada de un pequeño parque, con las manos sobre la cabeza, y a un chico que estaba fuera de sí, increpándola y lanzando insultos realmente groseros y soeces. Los dos eran muy jóvenes: ella callaba y sólo decía que se quería ir. Él utilizaba continuamente una palabra terrible y machista que suelen utilizar algunos y algunas para insultar a las mujeres, y que retrata muy bien no a quien recibe el insulto, sino a quien le emite. La pelea, me pareció entender, se refería a unas palabras que supuestamente esa chica había intercambiado con un tercero en una fiesta, reunión o discoteca.

Me quedé paralizada, sin saber qué hacer, porque intuía que esa mujer podría necesitar ayuda. Él mantenía una actitud muy desquiciada y muy violenta, y percibía que era muy posible que ya le hubiera pegado o que lo podía hacer en breve. La situación era realmente bochornosa y vergonzosa. Era el machismo más repugnante en un chaval de unos veinte años que, supuestamente, ha vivido toda su vida en un país democrático e igualitario. Algunas chicas adolescentes me han contado alguna vez, desde hace tiempo, que los chicos de su edad pueden ser muy misóginos y machistas, pero ciertamente cuesta creerlo, cuesta entender que la regresión en este país sea tan profunda y llegue tan al fondo de la conciencia colectiva, a estas alturas.

Él utilizaba una palabra terrible y machista que suelen utilizar algunos y algunas para insultar a las mujeres, y que retrata muy bien no a quien recibe el insulto, sino a quien le emite

Mientras tanto, se está llevando a cabo, en el Tribunal Superior de Justicia de Navarra, el juicio contra un grupo de cinco hombres (entre ellos un guardia civil y un militar) supuestos violadores en grupo de una chica de 18 años en los sanfermines de 2016. El infierno que está sufriendo esa chica es difícil de imaginar. Tras ser víctima de una horrible violación múltiple, de un shock emocional derivado de la brutalidad de la experiencia que vivió, y de un estado de intenso estrés postraumático, como han asegurado los profesionales y expertos en el juicio, está siendo cuestionada y siendo objeto de una exposición mediática sin precedentes. Muchas mujeres son violadas, pero no tienen que padecer la vulneración de su anonimato y de su privacidad como esta joven está padeciendo.

Uno de esos “machos” violadores, el guardia civil para ser más exactos, ha justificado con esos horribles y manidos argumentos machistas, lo que hizo, ofendiendo hasta límites dantescos a la mujer a la que sodomizaron de manera inimaginable: “Ella disfrutó más que yo”, dijo. Y digo yo ¿cómo es posible que un neardental de esas características cobre un sueldo público y se dedique a cuidar, supuestamente, del orden social y de la ley? Aunque, claro, las mujeres se lo merecen. Provenimos de la Eva bíblica, esa mujer que nos contagió a todas las mujeres de la culpa del pecado original, porque osó morder la manzana. Todas somos “culpables”, y todas nos merecemos el repudio y el desprecio masculino. Tales son las ideas que permanecen en muchas conciencias, lo cual no es nada extraño porque los próceres católicos, esos que ostentan el monopolio de la moral, siguen en la actualidad expandiendo ideológicamente la misma misoginia que ha mantenido a las mujeres relegadas durante veinte siglos en los suburbios de la sociedad.

“Cásate y sé sumisa” es el título que el arzobispado de Granada editó hace seis años incitando a las mujeres a la indolencia y a la sumisión. El mismo arzobispo de Granada declaraba en 2010 que “las mujeres que abortan dan a los varones la licencia absoluta de abusar de su cuerpo”. En 2009, en el Encuentro mundial de las Familias de México, el arzobispo Nicolás de Jesús manifestaba literalmente que “con escotes pronunciados y minifaldas las mujeres están provocando a los hombres”; y, en el mismo encuentro, el obispo auxiliar de Tegucigalpa decía que “debido a la ropa provocativa que usan las mujeres se exponen a violaciones, a que las usen y las traten como un trapo viejo, porque desvaloran su persona y su dignidad”.

La misoginia genera el machismo, que se hace evidente en múltiples facetas y manifestaciones. Se trata de una ideología que marca la sumisión de las mujeres debida a su supuesta indignidad. No nos pueden sorprender las barbaridades que ocurren debido a la cosificación de las mujeres y al desprecio a lo femenino que sigue infiltrado en la conciencia de buena parte de los españoles. Es casi una herencia genética, inducida, además, por la injerencia continua del clero en la Educación y en la política, imponiemdo su moral misógina y su ideario de desprecio a lo femenino, financiados, por descontado, con dinero público. El auge de los fundamentalismos promovido por los neoliberales es también, en este campo, la guinda del pastel, de tal manera que podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que la sociedad española de 2017 es claramente más machista y más retrógrada que la del 2000. Y, contra el machismo y la ideología de la indignidad femenina sólo hay un camino: cultura, inteligencia emocional, humanismo y, por descontado, laicidad.