Yolanda Díaz se emociona en un acto de su Ministerio. Convierte un mero formalismo en un discurso de reparación nacional e instrumentaliza la ley de memoria democrática para cimentar su aventura política.

«Entre mis preocupaciones actuales no está boxear con los fantasmas del pasado», respondió en Canal Sur Radio Alfonso Guerra tras ser preguntado por la exhumación de Gonzalo Queipo de Llano de la Basílica de la Macarena de Sevilla. Este jueves, Yolanda Díaz lloraba en un atril de metacrilato porque su Ministerio le ha quitado las distinciones al Mérito en el Trabajo a un puñado de franquistas. Es sólo el principio, aclaró, pues aún quedan unas sesenta personalidades más que «tienen las manos manchadas de sangre» y a los que va a pasar por semejante desagravio póstumo.

Entiendo que, para esta sociedad en la que el gesto se ha comido a la razón y el sentimentalismo ha sustituido a la cordura, el capitulo de hoy es algo «histórico». Lo que de verdad me parece histórica es la afectación y el drama cada vez que Franco sale a la palestra. Sea como fuere, el dictador siempre está en la campaña. Ahora es Yolanda Díaz la que «en nombre del Gobierno» pide disculpas. «Nunca más», dijo. ¿Nunca más qué? ¿Nunca más ridículas condecoraciones franquistas? ¿Nunca más guerras civiles? ¿Nunca más el uso torticero y melodramático de nuestro oscurísimo pasado para ganarse el aplausito de un electorado de izquierdas obcecado con unas heridas que se niegan a cerrar? Estoy seguro de que una España sin Franco enterrado en el Valle de los Caídos es una España mejor. Yo creo que no hay nada más justo que retirar todos los honores al franquismo. Lo que me inquieta es la forma, esa petulancia, esa solemnidad en cada mínima decisión, que nada tiene que ver con una sociedad que pretende alejarse de aquel oprobio.

La Ley de Memoria Democrática recoge en su artículo 2º: «Esta ley se fundamenta en los principios de verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición, así como en los valores democráticos de concordia, convivencia, pluralismo político, defensa de los derechos humanos, cultura de paz e igualdad de hombres y mujeres». Extraña convivencia la del humedecimiento rutinario de las heridas. Extraño pluralismo político el que se promueve llamando fascistas a cualquiera que piensa diferente. Extraña cultura de paz la que se ejemplifica pactando con los herederos políticos del terrorismo.

Yo ya estoy mayor para teatros políticos. Yo no digo que Yolanda llorara en falso, pero sí que pienso en cómo deben estar las cosas para que en un acto que a nadie importa, en un gesto que nada vale, la que aspira a ser presidenta de España convierta su intervención en un discurso de resistencia. Resistencia, aclaro, a sus propios y particulares fantasmas: Los de una España que ya no existe, los de un franquismo que ya es hueso, los de una sociedad que está loca por pisar el futuro sin sentir el ancla del pasado en sus tobillos.

Alfonso Guerra, que algo sabe de franquismo, no tiene tiempo para adanismos. Y podría dar lecciones de represión, de miedo y de negociaciones hasta la madrugada. María Jesús Montero ha dicho estos días que la aprobación del presupuesto general es como los Pactos de la Moncloa. El Gobierno de Pedro Sánchez es artificioso en las formas y desértico en el fondo.

Yolanda Díaz, cuyo proceso de escucha se dilató demasiado en el tiempo, que presentó algo llamado Sumar que no ha logrado sumar nada (Teresa Rodríguez dice que ella irá a lo suyo en las próximas Generales), se agarra a la memoria para tratar de emocionar a un electorado que ya está a otra cosa. Con la recesión en camino, con una inflación elevadísima, con las hipotecas subiendo… nos lanzamos a las batallas de la apariencia. Al golpe en el pecho. A distraernos en asuntos abiertos artificialmente con un único fin: Dividir España con el fin de que esa división rente electoralmente. Ni más, ni menos.