Existe una falsa percepción social respecto a los efectos de la sequía según la cual los ciudadanos no estamos directamente afectados por ella. Para muchos se trata básicamente de un problema que afecta al campo y perjudica básicamente a agricultores y ganaderos. Pero no a los que habitamos en la ciudad. Porque nosotros tenemos grifos.

El problema es que nuestros grifos hace tiempo que se desconectaron de las lluvias pues están directamente conectados a los embalses y los embalses, como todos creemos, están siempre dispuestos para atender nuestra demanda. Pero eso es rigurosamente falso.

Pongamos el ejemplo de los embalses de las cuencas internas de Cataluña que dan suministro a la gran Área Metropolitana de Barcelona, en la que vivimos cerca de cinco millones de personas. Sus reservas, con las aportaciones de las últimas lluvias, están al 44,31%. La media de los últimos diez años para estas fechas indica que deberían estar por encima del 70%. Luego, estamos en una situación de prealerta.

Las previsiones señalan que la sequía podría agudizarse en Cataluñaa hacia el mes de marzo si no cambian las previsiones meteorológicas. Unas previsiones que anuncian la llegada de un nuevo anticiclón que nos traería un tiempo soleado y carente de precipitaciones durante buena parte del primer trimestre del año.

Algo que por otra parte no haría sino ratificar lo que predicen los modelos climáticos para nuestro país elaborados por los expertos que estudian el avance del calentamiento global en la región del Mediterráneo, donde esta prevista una reducción de las precipitaciones en torno a un 30% para este primer cuarto del siglo.

Por todo ello, la posibilidad de llegar a la primavera con un nivel de reservas de agua inferior al 40% en los embalses que abastecen a la ciudad de Barcelona es del todo real. En el Ayuntamiento lo saben, y se han disparado todas las alarmas.

Esta prevista una reducción de las precipitaciones en torno a un 30% para este primer cuarto del siglo

Cualquier reflexión que se esté llevando a cabo sobre la gobernanza municipal del agua debe tener en cuenta esta realidad. El agua es de todos, un patrimonio público e inalienable al que todos los ciudadanos deben tener garantizado el acceso, con independencia de su situación económica. Pero para conseguir que eso sea así, va a ser necesario continuar disponiendo de las mejores tecnologías, del más profundo conocimiento y la mayor experiencia en la gestión del ciclo integral del abastecimiento urbano.

Todos debemos tener muy claro que la sequía no es solo un problema del campo, sino una de las mayores amenazas al abastecimiento de agua potable y de saneamiento a las ciudades pues las situaciones de alerta por sequía se van a repetir cada vez con más cadencia y de manera más desafiante, por lo que el abastecimiento seguro de agua potable va a convertirse en uno de los mayores desafíos de la acción de gobierno a nivel local en los próximos años.

Nos enfrentamos al riesgo de restricciones al uso del agua, es decir de recortes a la base de nuestra sociedad del bienestar, porque a nadie se le antoja mayor pérdida de bienestar que la de abrir el grifo y que no salga agua. Agua para beber, para cocinar, para asearnos, para la limpieza del hogar y el mantenimiento de nuestras plantas. Esa agua de boca cuyo acceso ha sido elevado por la ONU a nivel de derecho humano.   

La capacidad de resilencia al cambio climático de nuestras ciudades va a depender en buena parte de la gestión del agua. Una gestión que para ser eficaz va a tener que basarse en el uso responsable, el ahorro y la reutilización de las aguas regeneradas. Toda la experiencia y el conocimiento que se aporte por esa parte serán pocos. Son malos tiempos para emprender aventuras ideológicas respecto a los servicios de abastecimiento. La colaboración y el trabajo en común son ahora ahora más imprescindibles que nunca.