Lo de Aída Nizar y Jorge Javier es la demostración pública de los derroteros por los que camina con paso firme nuestra televisión patria
Lo de Aída Nizar y Jorge Javier Vázquez (Premio Ondas) el otro día, lejos de ser la gota que colma el vaso, es la demostración pública de los derroteros por los que camina con paso firme nuestra televisión patria, obligada, eso sí, por unos datos de audiencia abrumadores, de otro tiempo, que sólo vienen a dar la razón a los planificadores de unas situaciones que se traducen en la tensión en plató necesaria para que nadie se levante del sofá ni para hidratarse. Si la cosa parece no dar para más, sólo hay que enviar a la isla del hambre a la concursante más polémica y temeraria para que juegue al gato y el ratón con el accidente de tráfico de José Ortega Cano, su estado de salud y las preferencias del torero sobre donde ser enterrado en caso de óbito. Todo ello pasándose por su portada de Interviú que su interlocutora es alguien cercana al interesado, que no tiene ni idea de lo ocurrido, y que en el suceso falleció otra persona. Salpique todo eso de unas miradas cómplices a la cámara, haga la señal de la santa cruz y luego mantenga una bronca del calibre trece con el presentador. Espere unas horas, en lo que fermenta el dato de audiencia, y tendrá sus cuatro millones de espectadores frente a la pantalla pendientes de si Vázquez le llamo hija de puta a la espiritual colaboradora de Valladolid. La televisión ha muerto ¡Viva la televisión!
Cuatro millones de espectadores frente a la pantalla pendientes de si Vázquez le llamo hija de puta a la espiritual colaboradora
Lo peor de todo no es el cirio que hay que montar a estas alturas de la película para ganar unos puntos de share. Ni que Aída Nizar escupiese esa conversación infecta y perversa. Tampoco que Jorge Javier le llamase de todo menos guapa. También se lo espetó Sarda en su día al mismo personaje y no pasó nada. Lo más triste de esta pequeña historia es la recompensa que recibe en forma de una audiencia entregada, tan atenta como si observase las oscilaciones de la prima de riesgo. Saben lo que nos gusta, y lo envasan en las dosis necesarias para que podamos chutarnos cada noche la ración de rancia televisión que nos otorgará el poder de la conversación al día siguiente. La adicción al griterío; a las filas de colaboradores enfrentados sirviendo con lealtad difusa a las productoras que batallan sin descanso en el seno de la misma cadena; a la necesidad de consumir siempre programas al límite de lo tolerable... Ya no vemos la televisión. Ahora recibimos tensión en vena, y eso no termina cuando logramos, con dolor y mala conciencia, apretar el botón de apagado en el mando a distancia. Siempre son las mismas caras, los mismos gestos, como dice la canción de Barricada, pero en eso consiste el éxito del producto. La audiencia es el amigo mudo. Ver, oír y callar. Pero no se alarmen. Todo es susceptible de empeorar.
Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin