Este jueves, la ministra de Justicia en funciones, Dolores Delgado, acometerá una de las misiones más complejas de su carrera, ante la mirada del mundo entero. En calidad de Notaria mayor del Reino, acompañará los restos de Francisco Franco desde el Valle de los Caídos hasta el cementerio de Mingorrubio, junto con el nieto mayor del dictador. Si el tiempo lo permite, el breve viaje se hará en helicóptero. Después, levantará acta de lo acontecido.

¿Qué puede reprochar la familia al destino del cuerpo de Franco? Hitler, aquel que estaba “tan orgulloso de la parte que la legión Cóndor desempeñó en la destrucción de la República Española” -como cuenta el embajador norteamericano Claude Bowers en su libro Misión en España- acabó exhumado, quemado y arrojado al río Biederitz. Por cierto, para los que hablan de reabrir viejas heridas, esto se hizo 25 años después de la muerte del Führer.

El cuerpo de Mussolini, que bombardeó Barcelona con su Aviación Legionaria, en apoyo al ejército franquista, dejando más de mil muertos civiles, pasó por el maletero de un coche, un armario y un convento, para acabar, mutilado, en un cementerio familiar.

Dolores Delgado tenía 13 años cuando murió Franco. Era lo suficientemente joven para no haber vivido lo peor de la dictadura, pero lo bastante mayor como para entender que tras esas imágenes que ofreció TVE de la inagotable despedida en la capilla ardiente, llegaban otros tiempos. La actual ministra seguramente no podía imaginar que alguna vez pelearía por poner orden en la memoria de este país y que acabaría acompañando los restos del dictador en su viaje hacia una época nueva para que España pueda, por fin, pasar página.

Durante los 44 años que siguieron al fallecimiento del Franco, Delgado obtuvo plaza como fiscal y se dedicó con empeño a la función de servicio público. A su juicio, es “lo que más satisfacciones da en esta vida: saber que tu trabajo sirve a los demás”. Ha llevado ante el juez a narcotraficantes, capos de la delincuencia organizada, etarras, yihadistas… Sus compañeros de trabajo, fiscales, jueces, policías y funcionarios, dicen que Dolores Delgado no ha temblado nunca a la hora de solicitar una condena contra un criminal, por muchos riesgos que corriera. De su buen trabajo deviene el prestigio nacional e internacional que la acompaña.

Como ministra, ha abordado su papel en el Gobierno de Sánchez con el mismo interés de servicio. Desde el primer día se lo han puesto difícil. Debe ser muy duro para una mujer trabajar en un mundo celosamente guardado por una élite de hombres convencidos de que no todos merecen el privilegio de formar parte del estamento de la Justicia. Menos todavía si se trata de una mujer que actúa con decisión, guiándose por la verdad.  

La ministra ha tenido que aguantar difamaciones, infundios, insultos y todo tipo de mentiras crecidas como bolas de nieve de la mano de sus colegas, de la derecha y de la caverna mediática que se resisten a que mujeres progresistas estén en puestos habitualmente ocupados por hombres. No han podido ver defecto en su mochila profesional y han tenido que buscar, retorcer y amplificar comentarios manipulados. Los aspirantes a ocupar su puesto esperan como depredadores parapetados en la sombra de la crítica. Y en las tinieblas, reniegan de su nombre los franquistas que ven cómo la historia del imperio que inventaron cae como un castillo de naipes.