Dicen que la cultura es el poso de conocimiento que queda tras haber estudiado mucho y haber olvidado casi todo. No sé si estoy del todo de acuerdo con esta sentencia, aunque bien es verdad que, tal y como está planificada la enseñanza reglada, sustentada en el aprendizaje de datos inconexos y muchas veces fuera de contexto, y centrada más en hacer memorizar que en enseñar la realidad en todas sus interrelaciones, es bien fácil olvidar lo aprendido.

Yo, por supuesto, he olvidado cientos y miles de datos que tuve que aprenderme a lo largo de los años en mis estudios de primaria, como todo hijo de vecino. Sin embargo, hay ideas que se me han quedado grabadas en la memoria y que, con el paso del tiempo, y, por supuesto, con interés, me han servido mucho a la hora de entender la realidad de las cosas. Una de esas ideas proviene de la lección, supongo que en una clase de Historia, sobre el Renacimiento. Me encantaba el Renacimiento; ese concepto de “renacer”, esas pinturas, esas ideas que dejaban atrás siglos oscuros y terribles llenos del oscurantismo religioso, ese dar importancia al hombre, al ser humano, por encima de dioses cuya existencia era, y es y siempre será, absolutamente incierta e indemostrable; esa eclosión de arte, de humanismo, de amor por la belleza y las cosas humanas, de rechazo a la superstición milenaria de siglos de sometimiento a la irracionalidad de la religión, me resultaba muy atractiva.

Y en ese pequeño vistazo al Renacimiento surgió una idea que la maestra soltó en pocos segundos, casi sin darle importancia y repitiendo de manera casi inconsciente lo que leía en un libro, pero que a mí me llegó hondo: “el hombre renacentista lo estudiaba todo, no se centraba en una sola disciplina, sino en todas, porque sabía que el conocimiento es uno y que todo está interrelacionado”. Nunca olvidé esta idea, porque me parecía enormemente lúcida y sensata, y, con el tiempo, efectivamente, he ido aprendiendo que fracturar la realidad en compartimentos estancos y aprender disciplinas sin entender su relación con el resto es una manera muy efectiva de generar desconocimiento e ignorancia. Las matemáticas son, en esencia, filosofía; la literatura es producto de la historia y de la cultura de una época; es impensable concebir el lenguaje sin su relación estrechísima con el pensamiento y con la psicología.

Siento haberme extendido en este introito que pretendo que sirva simplemente para entender una idea sobre la que he reflexionado últimamente: si la mayoría de los seres humanos son mínimamente empáticos, compasivos y bondadosos, y si sólo entre el 4-8% de las personas son psicópatas, ¿por qué la maldad, la ausencia de compasión, el triunfo de la insensibilidad, la falta absoluta de hermandad y de empatía es lo que prima en la mayor parte de la historia y del mundo que vivimos? Quizás en este punto sea interesante tener en cuenta la interrelación entre la psicología humana y las decisiones políticas de la élite que gobierna y construye el mundo tal cual es.

El norteamericano Scott Warren Daniels, un activista de la ONG No More Deaths se encuentra preso desde 2018 por haber ayudado con agua, comida y descanso a grupos de inmigrantes centroamericanos que recorren el desierto de Arizona, donde muchos mueren de deshidratación, camino del suelo estadounidense. En estos días se está llevando a cabo el juicio contra Scott, quien se enfrenta a 20 años de cárcel por las leyes del Gobierno Trump; leyes que no sólo instan a meter en jaulas a niños inmigrantes, alejándoles de sus padres, sino también consideran delincuentes a los benefactores que ayudan a personas que huyen de las crisis de pobreza y de hambre de países como México, Honduras y Guatemala.

Es evidente que las sociedades, afortunadamente, suelen ser realmente mucho mejores que sus dirigentes. Y es evidente que la psicopatía de los ámbitos del poder es la que genera y promueve la crueldad, la voracidad, la ausencia de compasión y de sensibilidad que están extendidas por el mundo. La psicopatía, es decir, la maldad humana, es un asunto que se está empezando a estudiar de manera profunda e intensa, también en su relación con los ámbitos de poder. Sin conciencia, de Robert Hare, es uno de los libros de referencia en la materia, un libro que nos puede ayudar a entender. Frente a todo ello no tenemos otra opción que posicionarnos en la defensa de esos otros valores que son los que hacen del mundo un lugar hermoso, y reivindicar con uñas y dientes, como diría Benedetti, la alegría, la compasión, la fraternidad, el humanismo y sobre todo la sensibilidad. La empatía frente a la psicopatía, la ternura frente a la voracidad, la belleza frente a la fealdad. Quizás sea una idealista, pero no lo puedo ni lo quiero evitar.

Amnistía Internacional recoge firmas para liberar a Scott Warren de los cargos que se le imputan por dejar agua en el desierto para los inmigrantes: https://www.es.amnesty.org/actua/acciones/eeuu-agua-migrantes-may19/