Donald Trump es el líder estadounidense más polémico de las últimas décadas. Criticado, incluso por sus colaboradores más estrechos, tachado de posible enfermo mental, sus decisiones en materia de comercio exterior y de emigración son criticadas por la práctica totalidad del mundo desarrollado.

Estos mismos días, las Bolsas del mundo bajan con fuerza tras sus amenazas arancelarias a su vecino del Sur, México, y después de que insista en la guerra comercial con China. Se supone, además, que después de estos dos polos de tensión, su ofensiva proteccionista se extenderá a otras economías y muy especialmente a la Unión Europea. Esta semana ha viajado a Londres en un momento crítico del Brexit y con intención de dar ánimos a los euroescépticos de la isla.

Pero ¿dispara a lo loco Trump en su criticada política proteccionista? Pues parece que no. Su veto a la firma china Huawei, no sólo responsable de la venta anual de millones de teléfonos, sino también líder en la implantación de la tecnología 5G en el mundo, indica que el ataque está perfectamente calculado.

El 5G, a decir de los expertos, será la verdadera revolución del mundo de Internet y permitirá que llegue el Internet de las Cosas. Según un informe de la Comisión Europea, el negocio es gigantesco con la creación de más de 2,3 millones de puestos de trabajo y un volumen de riqueza cercano a los 150.000 millones de euros. No solo los móviles o los ordenadores estarán enganchados a la red, sino que miles de millones de dispositivos se encontrarán interconectados, desde el frigorífico hasta la totalidad de los vehículos.

En este caso donde se está librando el liderazgo en la nueva revolución de Internet, el papel de Donald Trump ¿es de orate o define una estrategia clara para que sus empresas y el interés de su país no se vean menoscabados por la pujanza tecnológica de la empresa china Huawei? ¿Si Estados Unidos tuviera un candidato menos excéntrico que Trump seguiría esta misma línea de defender sus intereses? Por ello, creo que en gran medida las locuras del presidente del flequillo naranja pueden obedecer a una política de Estado que aplicaría cualquier otro mandatario fuera del partido Demócrata o del Republicano.

En poco menos de 30 años, China ha pasado a ser líder del comercio mundial y valga como dato que en 1980, el Producto Interior Bruto de Estados Unidos era diez veces el de China y abarcaba el 20% del mundial. Esto ha cambiado con años de intenso crecimiento en el gigante asiático a tasas superiores al 9%.

Está, pues, en juego el liderazgo mundial en la economía y, por supuesto, en su vertiente más pujante en la actualidad que es la tecnología. De ahí, que los movimientos del presidente estadounidense vayan dirigidos a frenar el ímpetu de China y mantener su liderazgo en el mundo que está por venir. Todo ello, por supuesto, con grandes implicaciones no solo económicas sino también de seguridad en un contexto que se ha bautizado como una segunda Guerra Fría, en la que Rusia y países como Irán o Corea del Norte forman frente junto a China.

La batalla contra México ofrece un componente más interno para dar gusto a buena parte de su electorado con la criminalización de la emigración. De todas formas, también ha conseguido frenar el salto de muchas compañías que querían producir en el país azteca en busca de unos costes de mano de obra más ajustados. Decisiones de nuevos y crecientes aranceles que también han afectado a las empresas españolas y muy especialmente al BBVA que ha sido castigado en Bolsa por su importante presencia en México.

Por el momento, y pese a la críticas justificadas, esta política de Trump está respaldada por el crecimiento económico de su país. Estados Unidos creció el 1,6% a cierre de 2016, y en 2017, cuando tomó las riendas Trump cerró con una subida de su PIB del 2,2% que se aceleró al 2,8% al terminar 2018. Y este año las cosas van mejor. Con datos del primer trimestre, la variación interanual apunta ya a un alza del 3,1%.