Creo que no me queda buenismo, ni espacio en el teléfono, ni paciencia para un mensaje más de felicitaciones navideñas. No es que me haya poseído el espíritu del Grinch, el personaje que creara el estupendo caricaturista y autor de literatura infantil Theodor Seuss y que luego ha popularizado el cine, es que no me gustan. Nunca me enloquecieron estas fiestas, pero cada vez menos. Subraya las ausencias, las personas queridas -cada vez más- con quien ya no compartiremos una copa, las carencias y desigualdades. No me engañan las hermosas pero frías luces que adornan las ciudades, ni los eslóganes publicitarios enfocados a consumir sin medida. Hay una obligatoriedad de felicidad que no resulta ni compatible ni soportable con quienes sobrellevan, como pueden, la enfermedad, las desgracias, la injusticia o la pérdida. Parece que decir que no tienes ganas de fiestas, por no decir otra cosa más malsonante, es un tabú y casi un estigma. Decía la madre Teresa de Calcuta que “tenemos la obligación de la alegría”, y puede que sea cierto, pero nadie puede imponernos la salvación ni la alegría por la fuerza. Comprendo que la Navidad es un pretexto para celebrar, y puede que sea necesario, pero no me toquen los “jingle bells”, si yo no se lo pido, es una violación de mi libertad individual y, si lo haces, no es no,  “el violador eres tú”

Es verdad que el año acaba y todos, en mayor o menor medida, nos cargamos de buenas intenciones, de buenos deseos, pero, incluso para los que somos patológica y crónicamente optimistas, el panorama no resulta muy alentador. Si miramos de puertas para adentro, seguimos con un gobierno en funciones. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias hacen público su acuerdo de gobierno, con propuestas interesantes, como la derogación parcial de la nefasta Reforma Laboral del PP,  sin haberse investido aún, y sin permitir preguntas a la prensa, al estilo Mariano Rajoy. Todo ello mientras seguimos pendientes de los caprichos, fuera de la ley, de los independentistas de ERC, y de las ocurrencias altisonantes de la derecha tripartita, que no pierde la oportunidad de espetar alguna estupidez mayor, deseando que todo vaya cuanto peor mejor para ellos. Inés Arrimadas parece decidida a conducir como una Valquiria a Ciudadanos a la muerte en cuyo camino ya la puso Albert Rivera, que amenaza, en un acto de incongruencia que no sorprende, en volver a la política, no sabemos a dónde…. Pablo Casado y Santiago Abascal, tanto monta, monta tanto,  siguen erosionando las instituciones que pretenden dirigir, ahora poniendo en tela de juicio a la Abogacía General del Estado, exactamente igual que los que pretenden irse de España cuando la judicatura no les es favorable.

Si miramos al exterior, Europa sigue sin una política clara en materias fundamentales como inmigración y control de fronteras, mientras se nos ahogan por cientos en el Mediterráneo y el Atlántico. No sabemos aún el precio que tendrá el insoportable Brexit, pero si el proyecto europeo no se convierte en algo más que en el mercado de comercio del eje francoalemán, a lo mejor es que es otro proyecto fallido, y dinamitado, no seamos ingenuos, por otras potencias que siguen jugando a la guerra fría que, por muchos que nos dijeran, no terminó, se disfrazó. Arde medio mundo, metafórica y literalmente. En lo metafórico con líderes impresentables como Boris Johnson,  Bolsonaro, Putin,  o el inefable Donald Trump, del que esperemos nos libre el “impeachment”, que no sé por qué no lo llamamos en español "proceso de destitución”. Que el destino del mundo y de grandes potencias esté en manos tan incapaces, y en algunos casos criminales, no hace más que ratificarme en mi falta de esperanza sobre el género humano, que cada vez hace menos honor a ese adjetivo. De momento, los caprichos  de estos representantes aventuran una recesión cuyas repercusiones resultan cuanto menos inquietantes. Resultado de su incapacidad es la falta de medidas reales y urgentes para contrarrestar la emergencia climática a la que nos enfrentamos, y de la que, aparte de los brindis al sol en la última cumbre del clima de Madrid, nada se ha sacado en claro. La selva amazónica brasileña arde, EEUU, China y Rusia siguen envenenando ríos, acuíferos, y el aire de todos, y Australia, demuestra su incapacidad para gestionar los incendios más devastadores de su historia, y la posible desaparición de especies animales que ya estaban en vías de extinción.

Mi deseo para el año nuevo es equivocarme en el pronóstico, y volver para escribir mi más edulcorada y festiva disculpa. Soy capaz de tatuarme la letra de Mariah Carey, “All I want for Christmas is you”, en una nalga.  Entre tanto, me voy a brindar con y por los seres queridos, y quizá, en un nuevo ritual de buena suerte, voy a meterme un polvorón en la boca y a decir tres veces “apocalipsis”. A lo mejor así, veo las cosas de otra forma. Feliz apocalipsis nuevo. Perdón, feliz año nuevo y que, en efecto, se vaya lo malo, y venga lo bueno…