Hace varias semanas el estómago se nos encogía -una vez más- ante la noticia de un niño que había apuñalado a tres profesores y dos alumnos del centro escolar al que él mismo acudía. No era Wisconsin, ni Alabama, ni ningún lugar recóndito de los Estados Unidos, que es donde suelen pasar esas cosas, sino aquí mismo, en nuestro país. Y por eso nos dolió mucho más. Porque esas cosas aquí no ocurrían, o eso nos creíamos.

Lo que pasó por la cabeza de ese niño hasta decidir cometer semejante barbaridad nunca lo sabremos. Aunque, nada más se conocieron los hechos, empezaron a surgir testimonios aquí y allá, sobre que el niño solía estar solo, no estaba integrado, tenía algún problema y no sé cuántas cosas más. Y eso, que ya estaba pasando, es lo que debería servirnos de lección. Porque es evidente que había un problema, Y grave, visto lo visto.

Pero han pasado apenas dos semanas y ya nadie parece acordarse de eso. Otra noticia alarmante ha ocupado el lugar de esta y ya a nadie importa si este niño sufría bullying y si lo sufren muchos más niños y niñas en todas nuestras escuelas.

El acoso escolar convierte los años que deberían ser los más felices de nuestras vidas en un verdadero infierno, hasta el punto de que algunos de quienes lo sufren acaban quitándose la vida. Antes lo intuíamos, pero hoy lo sabemos. Y no podemos mirar hacia otro lado.

Durante mucho tiempo, nadie hacía caso a este sufrimiento. Se consideraban “cosas de niños” donde las personas mayores no deberíamos meternos, y se estigmatizaba a quien lo contaba como “chivato”, lo que empeoraba todavía más su vida en las aulas.

Hoy lo sabemos, pero no siempre queremos verlo. A pesar de que ahora, a diferencia del pasado, el infierno no se queda en el pupitre, sino que les acompaña hasta casa por mor de las redes sociales.

Cada vez que leo algo sobre este tema, me viene a la cabeza lo mismo. Lo peor no es el abusón, sino quienes le siguen y también quienes callan, tal vez por miedo a no ser las próximas víctimas. Y lo grave del caso es que no llegan a ser conscientes del daño que hacen, un daño que se puede volver irreparable.

Y ahí es donde nos corresponde intervenir. A veces, con una simple pregunta: ¿Cómo te sentirías tú en su caso?

No podemos cerrar los ojos. Porque estas cosas no solo pasan en Wisconsin o en Alabama. Pueden estar sucediendo justo a nuestro lado