Me gustaría no tener que escribir sobre esto. Me encantaría no saber nada de la persona sobre la que escribo porque no hubiera razón para que saliera en televisión diciendo lo que dijo. Pero, como eso ya no es posible, me gustaría que oyéramos a la hermana de Raquel. Y que no solo la oyéramos, sino que la escucháramos.

Raquel es la víctima mortal de violencia de género número 40 en este año en España. Y, como no puede ser de otro modo, todo su pueblo, su comunidad autónoma -la mía- y toda España la lloramos y homenajeamos. Pero entre todo ese dolor hubo una voz, de una mujer anónima hasta ahora, que llegaba más que cualquier campaña contra la violencia machista. Era la voz de la hermana de Raquel que, en valenciano, su lengua materna, decía algo que llegaba al alma, se diga en la lengua que se diga porque el dolor es una lengua universal.

Esta mujer enviaba un demoledor mensaje a todas las mujeres. Nos decía que al mínimo signo de violencia, denunciemos. Decía que su hermana no quiso hacerlo porque estaba convencida de que él no le iba a hacer nada, de que no le iba a pasar nada. Y le pasó. Pese a que ella no lo creía posible, el que fue su marido la mató cuando ella iba a recoger sus cosas al que fue su hogar familiar, su infierno en vida.

La historia de Raquel no es nueva, por desgracia. La cifra de la vergüenza de mujeres asesinadas se nutre en buena parte de mujeres que, como ella, no pensaron que a ellas les fuera a pasar nada. “El es un renegón, pero nada más”, decía Raquel a su hermana, según contaba esta con una serenidad traspasada de dolor que partía el alma. Y ahora Raquel ya no está.

Podríamos pensar que ya no podemos hacer nada por Raquel, ni por todas las que le precedieron, pero eso no es cierto. No hay mejor homenaje para todas ellas que escuchar las palabras de su hermana, y denunciar. El silencio es el mejor cómplice de la violencia de género, y no podemos consentir que ese silencio siga matando a tantas mujeres.

Pero romper el silencio no solo es cosa de ellas. Para que una mujer se decida a hablar tiene que saber que hay un hombro donde llorar, un brazo donde apoyarse y unas instituciones que les ayuden a salir adelante. Unas instituciones que no pueden cerrar los ojos ni ponerse de perfil. Ni mucho menos, negar que la violencia de género que mató a Raquel existe. Ojalá no existiera.

SUSANA GISBERT GRIFO
Fiscal (Twitter @gisb_sus)