Las palabras de Feijóo en el Senado han resonado en la política española, porque expresan mucho más de lo que significan, han sido dichas en sede parlamentaria, acabarán recogidas en el Diario de Sesiones, y no podrán ser borradas nunca. Es muy indicativo de la gravedad de esas afirmaciones que todo el PP con la agradecida cooperación de la armada mediática que le respalda se hayan apresurado a matizarlas, corregirlas, cuando no simplemente a ignorarlas. Dejen de molestar a la gente de bien”, ha dicho literalmente el popular, en referencia a la Ley trans, como si regular un derecho pudiera incomodar a alguien, la gente de bien se supone.

Lo más importante de estas palabras no es sólo lo que dicen sino lo que ocultan, porque tras ellas hay toda una visión de la sociedad y de la vida en común que la derecha se ha apresurado a soslayar. En primer lugar, utiliza el término molestar, que expresa un cierto malestar o incomodidad de algunos con esa nueva norma que va a regular la situación y el derecho a la igualdad de trato de un colectivo ciudadano bien identificado; parece claro que a juicio del PP sería mucho mejor guardar en un cajón la situación de esas personas, porque airearla y regular las condiciones en que ejercen sus derechos molesta a la gente de bien.

En segundo lugar,  lo más grave sin duda de lo que se oculta tras las palabras de Feijóo es su concepción maniquea de la política, porque resulta evidente que divide a la sociedad, al menos, en dos grupos: la gente de bien y quienes no lo son, la mala gente. La gente de bien es la que piensa como yo, la que desea como yo, la que esconde sus sentimientos como yo, la que vive como yo vivo, la que finge respetar a quienes no son como yo pero en el fondo desconfía de ellos y ellas. Es esa gente que se da muchos golpes de pecho y exhibe símbolos identitarios de cualquier clase precisamente para que se les pueda diferenciar de los otros, es la gente que concibe la discrepancia política como una guerra en la que el adversario es un enemigo al que hay que exterminar aunque sólo sea civilmente. Concretando aún más, la gente de bien de Feijóo es la que no tiene ningún empacho por la utilización del espacio público de ciertas manifestaciones religiosas, mientras se moviliza por la posible edificación de una mezquita en su barrio, es esa gente que se opone a la ley del aborto, como se opusieron en su día a la del divorcio, como si regular un derecho equivaliera a obligar a todo el mundo a ejercerlo. Las cosas son como parecen, desgraciadamente: la gente de bien quiere que su moral sea la ley, que sus valores sean los que rijan el comportamiento de la sociedad, quieren decirnos a los demás cómo tenemos que vivir, de acuerdo con qué principios y conforme a los modelos que nos quieren imponer, aunque  en su vida privada practiquen una hipocresía absoluta; la gente de orden de toda la vida, ¡vamos!

Es esa mirada excluyente, maniquea y segregadora la que Feijóo quiere extender al conjunto de la sociedad española, arrojando al infierno de la mala gente –quienes no son gente de bien, ¿verdad?– a las personas que no se sienten molestos porque se aprueben leyes sobre la identidad de género, la violencia sexual o la interrupción voluntaria del embarazo. Mala gente será la que defiende el incremento del salario mínimo, la actualización de las pensiones con el IPC, el recorte de los precios de los carburantes, o quienes confían en una transición energética limpia y sostenible socialmente. En el fondo, es la derecha ultraconservadora española de toda la vida, que sigue sin aceptar que se imparta educación sexual en la escuela y que se enseñe  el valor de la ciudadanía, que comparte una dosis “moderada” de machismo en sus valores y comportamientos pero que proclama su oposición al fantasma de la denominada ideología de género, que no quiere llevar a sus hijos a un colegio con muchos niños inmigrantes, que ve muy bien la acogida de refugiados de Ucrania pero no se ha preocupado por los refugiados de Siria o Afganistán, que se adorna con palabras en inglés para referirse a obviedades de dominio común, como si eso le diera la pátina de modernidad que echa en falta.

Mientras, quienes pensamos de forma distinta, quienes defendemos que los recursos de todos se destinen a la sanidad pública y la educación pública, quienes creemos que cualquier vejación bajo forma de insulto o agresión contra una persona por su condición sexual o de género o de cualquier otra circunstancia es inaceptable social y penalmente, quienes defendemos el carácter laico de nuestra Constitución, quienes creemos que nuestro sistema educativo debe formar en los valores constitucionales y en los derechos humanos y no en sectarismos excluyentes y segregadores, quienes, en suma, no formamos parte de la gente de bien de Feijóo, nos vemos empujados a denunciar este otro intento más – el enésimo en nuestra historia – de dividir al pueblo español en buenos y malos, de enfrentar a la gente de bien con la mala gente. No vaya a ser que, en realidad de verdad, sea lo contrario, que los que quieren decirnos cómo debemos ser y vivir son esa “mala gente que camina y va apestando la tierra” de la que hablaba Antonio Machado.