A mí, personalmente, que no vengan los turistas británicos a emborracharse por nuestras calles, a tirarse por los balcones de nuestros hoteles y apartamentos, y a contagiarnos la Covid-19 –teniendo en cuenta que, Inglaterra es, en este momento, el país europeo con más rebrotes, contagios y enfermos-, no me preocupa nada. Entiendo, sin embargo, que para el ya maltrecho sector turístico y de servicios de nuestro país, la puñalada trapera del Primer Ministro inglés sea una deslealtad más, y una canallada propia de un político de la baja estofa del señor Boris Johnson. Queda meridianamente claro que, en estos tiempos de postverdad, también conocida como de “mentira emotiva”, la realidad y la verdad no importan. Eso ha encumbrado a la primera línea política a personajes que no habrían sido admitidos ni en un circo de tercera como  Donald Trump, Bolsonaro o el susodicho Boris Johnson. Los tres tienen en común hacer de la mentira su discurso político, del populismo y la mala educación, su sello propio, y en el negacionismo de la pandemia, entre otros negacionismos, su lamentable legado ante una crisis sanitaria y humanitaria sin precedentes. Esta realidad, más propia de una novela de Alejo Carpentier que de la realidad, nos lleva  tener que sobrellevar, además de todos los problemas de esta peste contemporánea,  el peso añadido de los problemas que generan tres descerebrados al frente de países importantísimos en demografía y recursos como son EEUU, Brasil y Reino Unido.   

Que el primer ministro, de rebote, Boris Johnson, haga campaña contra España, teniendo en cuenta que el estado de propagación del coronavirus en su país es mayor que en nuestro país y en toda Europa, no deja a las claras más que su incapacidad para gobernar y sus manías personales. Dicen los que saben más de política internacional que el inglés está muy enfadado con la reunión que hace pocos días mantuvieron en Algeciras el ministro principal de Gibraltar, Fabián Picardo, y la ministra española de Exteriores, Arancha González Laya.

Una reunión que importuna al Gobierno británico porque en ella se ha hablado del deseo gibraltareño de encontrar, cuando concluya el Brexit el 1 de enero de 2021, una solución para garantizar la presencia de Gibraltar en la Unión Aduanera de la UE y en el marco de Schengen, para favorecer con ambos acuerdos los importantes negocios gibraltareños y el turismo del Peñón. Esto sucede cuando el Gobierno de Johnson se opone a que Irlanda del Norte siga en la Unión Aduanera, porque eso (que facilitaría el comercio entre las dos Irlandas) lo consideraría el Reino Unido un primer paso para la independencia de Irlanda del Norte y también de Escocia. Por esta razón parece que a Boris Johnson le ha molestado el encuentro entre Picardo y Laya porque teme que un pacto de España con Gibraltar abra la puerta de salida del Reino Unido a Escocia e Irlanda del Norte.

Lo cierto es que, si Gibraltar se queda en la Unión Aduanera y en Schengen, ello supondrá, por primera vez, un alejamiento de Gibraltar del gobierno británico, y un acercamiento a las posturas españolas sobre la soberanía del peñón. De esta forma, y desoyendo a profesionales del turismo inglés, entre ellos el jefe ejecutivo del aeropuerto londinense de Heathrow, John Holland-kaye, y varios directivos de compañías aéreas y turoperadores británicos, el señor Johnson ha iniciado su particular vendetta contra España. No puede sorprendernos la caprichosa y soberbia actitud infantiloide del primer ministro inglés que, en marzo, mientras la mayoría de los países europeos y en todo el mundo, iniciaban los protocolos de confinamiento, llevaba la contraria a los organismos internacionales y no tomaba ninguna medida.

Esto, que acabó por causar miles de infectados, incluidos el propio premier, y muchos miles de muertos británicos, hizo que el ex director nacional de sanidad de Reino Unido, Jeremy Hunt, declarase las no medidas de Johnson como “convertir a Inglaterra en una anomalía en Europa”. Esta anomalía, que empieza porque Johnson presida el gobierno británico, se cristalizó en miles de víctimas, para tener que acabar tomando tarde y mal, las medidas del resto de los países europeos. Este es el perfil del politicastro Boris Johnson, al que no le importó el coste humano de sus conciudadanos hasta que él mismo enfermó,  y que, ahora, ante la incapacidad de negociar con Europa la salida del atolladero del Brexit que lo ha llevado al poder, hace ejercicio de infantilismo patológico para convertir a España, y sus legítimas aspiraciones, en objeto de sus inseguridades, basándose en argumentos sin sustancia. Queda muy lejos la famosa “flema británica” de figuras cruciales en su historia como Winston Churchill. Pero claro, es comparar la inteligencia de aquel y su flema, con el flemón purulento que nos ha tocado con Johnson en nuestra contemporaneidad.