No cumplía con su cometido: dar miedo. Allí estaba él, solo en las soledades de Castilla, bajo los soles áridos de agosto. Le habían improvisado un cuerpo de palo, con los brazos abiertos como el miliciano que muere en la foto de Robert Capa, y lo habían vestido con un sayal de arpillera. Sobre la cabeza, que era una pelota de trapo, le temblequeaba un sombrero de paja, mutilado y con remiendos. El espantapájaros presidía los rastrojos, que son algo así como la barbita respingona y hípster que le queda al campo después de cosechar la mies. Ignorando al fantoche, los grajos rebuscaban granos de trigo y hacían después la digestión cereal sobre un brazo del pelele. Alguien, por aburrimiento, por hacer el chiste, había colgado un cartel en el pecho de viento del espantapájaros. “Estoy parado”, había escrito un rotulador rojo y bromista. Estábamos en plena crisis financiera de 2008 y la gracia tenía poca gracia.

He recordado a aquel fantoche porque resume y presagia la crisis económica que se nos avecina. Nuestro nivel de paro, en efecto, duplica ya el de la zona euro y aumentará apenas concluyan los ERTE, que deberían prolongarse sine die y no revisarse cada tres meses, como propone el Gobierno, lo cual no gusta ni a los sindicatos, ni a quien esto escribe, ni a Garamendi siquiera, que en este asunto se ha puesto la gorra de soviet que los socialistas se quitaron en Suresnes.

Porque no hace falta calzar mocasines ni cursar un máster de pitiminí en el CUNEF para saber que es mejor pagarle el ERTE a un trabajador que el paro. Y, ya puestos, se debería aprovechar la crisis para emprender la tan necesaria reforma fiscal y corregir nuestro modelo productivo, que el día menos pensado a Ortega Smith se le escapa un tiro y nos revienta la bombilla estupefacta del sol y a ver quién atrae luego a los guiris a nuestras playas, ocupadas, además, por un Santiabascal montado no en el caballo heroico de Santiago, sino en un indefenso caballito de mar mientras Macarena Olona le anima, da palmas, graba la escena épica en el móvil y canturrea aquello de “corre, corre, Abaaascalitooo, trota por la caaarreteraaa”, etc.

Así que cuidado con jugar con el pan del trabajador. Apliquen, de una vez, el viejo lema regeneracionista de Joaquín Costa “escuela y despensa”, que esta va muy mal y aquella no levanta cabeza, pues no se han contratado docentes suficientes para desdoblar las aulas; no se ha reducido el número de alumnos por clase; en Madrid, nadie se puede poner en contacto con los centros de salud si un chaval da positivo porque los teléfonos están colapsados, y a este paso se nos van a pandemizar hasta las adelfas duras y románicas de la Dehesa de la Villa.

Claro que mientras naufragamos en lágrimas de rabia, Ayuso y Antonio Zapatero —vicealgo de Enfermedad Pública de la CAM, pues Madrid es la región europea más afectada por la pandemia— velan por nuestra seguridad combatiendo el coronavirus con mensajes de WhatsApp y pétalos histéricos de margarita: confino, no confino; confino, no confino. De modo que aquí va mi reconocimiento, Isabel, y las primeras estrofas del Bella ciao. Que te las mereces, guapetona. Tú sí que eres una partisana en lucha contra las fuerzas de ocupación de la OMS.

En fin, si ya va siendo hora de que el Gobierno coja el paro, la reforma fiscal y la economía por los cuernos (con perdón), también es urgente que Ayuso se largue a penitenciar entre rastrojos. No estará sola. Tendrá con ella los trinos solidarios de Maruhenda —la cheerleader mediática del PP—, que la rondarán como los pájaros a san Francisco de Asís. Quizá por allí Ayuso encuentre a un fotógrafo que la saque en una portadita, porque experiencia en posados místicos y llorones ya tiene, ya, la mujer. Quizá. Sin embargo, de lo que sí estoy seguro es de que, esta vez, el espantapájaros no se quedará inmóvil. Esta vez, el pueblo caminará. Que nuestro pan y nuestra esperanza no son cenizas, sino chispas de un incendio.