Mientras unos y otros se sacaban los ojos en peleas domésticas y acusaban a Pedro Sánchez de estar en otra cosa, el presidente del Gobierno estaba defendiendo las posiciones de España en Europa, donde se decide nuestro futuro tanto o más que puertas adentro.

El punto de partida era desfavorable, por la mayoría de los votos conservadores. Pero en términos futbolísticos, se podría decir que se ha logrado un empate con sabor a triunfo. España vuelve a tener visibilidad con Josep Borrell como nuevo jefe de la diplomacia europea.

Ese empate hace que cada medio y cada partido hagan su interpretación particular, siempre barriendo para casa. El problema es que nuestros supuestos conservadores están más cerca de la ultraderecha que de la derecha moderada. Así es que, desde las páginas del ABC, se jactan del triunfo de la Europa de Orbán. Menuda medalla se cuelga, cuando el primer ministro húngaro representa la xenofobia y el racismo más recalcitrante del continente.

Con el Reino Unido fuera de juego, todo acuerdo europeo pasa por Alemania y Francia, como históricamente. Los patriotas de pulsera celebran como un triunfo el supuesto poco peso español, algo discutible, porque siempre se abonarán a aquellas palabras que la portavoz de Coalición Canaria, Ana Oramas, confesó que le había dicho Cristóbal Montoro: “que caiga España que ya la levantaremos nosotros”.

España vuelve a tener visibilidad con Josep Borrell como nuevo jefe de la diplomacia europea.

La tibieza de los verdaderos patriotas, de los que se ocupan de la gente y no de las banderas, permite a los patriotas de hojalata adueñarse de los símbolos y de las palabras. Algo que sucede desde el siglo XIX hasta nuestros días. Así se adueñaron de la palabra liberal, de la palabra popular y hasta de la Guerra de la Independencia, obviando que también fue una guerra civil, una guerra entre lo antiguo y lo moderno. Y también, por supuesto, se adueñaron de la bandera de España. Tanto, que hasta en el Ayuntamiento de Madrid la están enfrentando como arma arrojadiza contra la bandera arcoíris, símbolo del Orgullo LGTBI, como pago a Vox, con los que Ciudadanos pretende no haber pactado.

En estos días asistimos a una polémica entre el ínclito Juan Carlos Girauta y la excelente historiadora Nieves Concostrina, a cuenta de los franceses y la Guerra de la Independencia. Otra vez las banderas y las pulseras contra la normalidad. Lo cierto es que el rey francés, José I Bonaparte, hermano de Napoleón, como recuerda Concostrina, fue el que “quitó el monopolio de la educación a la Iglesia, el que fundó liceos y ateneos y el que puso a estudiar por primera vez a las niñas… el Borbón acabó con ello”. Girauta se envuelve en la bandera, una vez más, y parece gritar, como en tiempos del rey felón: “¡vivan las cadenas!

La derechona se mimetiza cada vez más con la ultraderecha. Atropella todo atisbo de modernidad. Pero, además, lo hace desde la cobardía, y por eso se inventa felicitaciones del presidente francés Macron o supuestos artículos elogiosos del New York Times, cuando fue todo lo contrario. Saben dónde se han metido y por eso quieren disimularlo con inventos. Saben cuál es su objetivo y por eso celebran supuestos triunfos del Orbán de turno.

Enric Sopena es Presidente Ad Meritum y fundador de ElPlural.com