Es verdad que los griegos antiguos, de cuya civilización seguimos alimentándonos todos, inventaron la democracia directa o asamblearia  que ahora reivindican “Los Indignados”  que han vuelto a la plaza pública desde donde se gobernaba Atenas.

El referendo era viable en poblaciones pequeñas, donde los esclavos no tenían derecho al voto y los ciudadanos que se beneficiaban de ese derecho y del de no trabajar, que para eso estaban los esclavos, se conocían todos.

Pasado el tiempo inventamos el sistema representativo que, con todos sus defectos, sigue siendo, como decía Winston Churchill en el peor de los sistemas con excepción de todos los demás.

Hay en la historia precedentes inquietantes. Poncio Pilatos sometió a referendo si el pueblo indultaba a Jesús, un santo varón, o a Barrabás, un conocido criminal.

Como todos sabemos, el pueblo reunido en asamblea decidió soberanamente, a mano alzada,  salvar al ladrón y crucificar a Jesucristo.

Convocar un referéndum en la moderna Grecia del euro, en estos momentos en que el respetable está sumamente cabreado, y con razón,  puede permitirle  a Gorgos Papandreu, lavarse las manos como Pilatos pero hace un flaco favor a su pueblo y al club europeo al que pertenece. Un verdadero liderazgo exigiría que el dirigente político asumiera sus responsabilidades.

Una de los pocos errores sobre los que Felipe González hiciera autocrítica fue haber convocado un referéndum sobre la entrada de España en la OTAN.

Comprendió González que el pueblo no quiere que le echen encima semejante responsabilidad; que exige a sus gobernantes que asuman su tarea y que no le inquieten con la exigencia de embarazosas decisiones.

Es una teoría peligrosa que roza con el despotismo ilustrado pero que, administrada con prudencia, es perfectamente democrática desde el momento en que el pueblo se dio una Constitución y la forma de tumbar a un gobierno sin matar al gobernante, simplemente metiendo unos papelitos en unas urnas de cristal.

José García Abad es periodista y analista político