Llegó, dijo lo que le pareció y no aclaró nada. Mariano Rajoy Brey en sí mismo, así es como el expresidente del Gobierno se dejó ver en su declaración como testigo del juicio del Procés. Gallego, como siempre, aportando poco material efectivo y echando balones fuera. Casi se diría que pasaba por allí y se encontró con aquellos catalanes rebotados.

Es decir, no aportó los datos necesarios para aclarar si hubo o no rebelión, que es a lo que vamos. Tampoco sabía nada sobre los dispositivos de las fuerzas de seguridad del Estado, ni sobre los sucesos acaecidos porque es un tema, el operativo policial, en el que ni siquiera entraba, dijo, cuando era ministro de Interior. Y de todo eso se ocupaba Soraya Sáenz de Santamaría. No habría habido heridos de no haber producido esta situación esos señores independentistas, vino a decir. Como si no hubieran sido él y el Partido Popular los que pusieron la primera piedra de esta sinrazón, cuando presentaron las firmas contra un, hasta ese momento, consensuado Estatut.

Tales aseveraciones, unidas a las afirmaciones de la propia vicepresidenta, que manifestó no estar al tanto de tal operativo, y que su conocimiento procedía de información de terceros, dejaban bastante mal al anterior Ejecutivo ¿En qué manos estábamos, si quienes se encontraban al frente del Gobierno exhiben ahora tal grado de ignorancia sobre decisiones tan cruciales para la población? Dio la impresión de que habían dejado las riendas en manos de un enigmático mando, que no sabemos quién era, pero ejercía las funciones del Gobierno.

Dio la impresión de que habían dejado las riendas en manos de un enigmático mando, que no sabemos quién era, pero ejercía las funciones del Gobierno

Rajoy Brey quiso dar la impresión de que había estado pendiente del Govern para conversar e intentar solucionar las cosas, pero según pasaban los minutos y las evanescentes respuestas del testigo, quedaba en evidencia que él y su equipo conocían bien lo que estaba pasando y las intenciones de los soberanistas, pero que ni dialogaron ni buscaron un espacio para el acuerdo. Se dejaron llevar actuando a contrapelo, cuando todo era ya inevitable, dando por hecho que no había vuelta atrás. Y con la Declaración Unilateral de Independencia no tuvieron más remedio que actuar.

Más grave es que afirmara que “los acontecimientos se veían venir”, aun así, él y su equipo permitieron que ocurrieran y judicializaron el conflicto. Conociendo la trayectoria del expresidente se lavó así las manos en la idea de “bueno, ya se apañarán los jueces”. En el Tribunal Supremo, Mariano Rajoy Brey protagonizó un espectáculo muy poco edificante.

Escuchándole, parecería que su Gobierno solo se había ocupado de enviar decisiones administrativas al Tribunal Constitucional para su suspensión – una forma como otra cualquiera de poner palos en las ruedas-  y asistir como espectadores lánguidos al curso de los acontecimientos. No hubo diálogo. Las palabras de Rajoy demostraron que la omisión es un pecado mayor en un gobernante. Por el que debería responder.

Enric Sopena es Presidente Ad Meritum y fundador de ElPlural.com